Cazar a un millonario
al vuelo suele ser cosa fácil cuando se tiene un buen envoltorio. Pero quien se
lo propone, se olvida de algo. Y es esa cosa llamada amor. Puedes encontrar al
jugador de ventaja que quiere lo que todos quieren y da el pego durante un
tiempo, por mucho que se esconda detrás de un parche en el ojo que lo hace más
interesante. Puedes topar con el ricachón casado que quiere algo de diversión y
que todo se hace, de alguna manera, escondido, furtivo, cansado y sin pizca de
gracia. O, incluso, puede que te encuentres al maduro que se siente solo y que
se siente irremediablemente atraído por ese toque de elegancia que las mujeres
estilan de vez en cuando. Lo que ya es de matrícula de honor es darte de bruces
con un individuo que esconde su fortuna para estar bien seguro de que le
quieres por lo que es y no por lo que tiene.
Así que las cartas
están dadas, muchachas. Una de vosotras es algo escéptica, elegante, con un
toque de ironía y otro de cinismo. Otra es una miope que ve menos que un
murciélago y que tiene mucha gracia en sus despistes sin gafas. Todo porque
cree que una mujer tras unos cristales graduados pierde todo el atractivo. Y la
última es avispada, lista, bastante pizpireta, con un toque inocente de sensualidad.
El caso es que las tres sois un lujo para la vista y también, ¿por qué no
decirlo? Un gozo para la inteligencia. Y, sin embargo, lo que encontráis es a
un tipo que tiene árboles, pero no dinero; a otro tipo que tiene un apartamento
y problemas con Hacienda…pero no dinero; y aún otro que tiene… ¿qué tiene?
Tener, tener, siempre ese maldito verbo acompañado del sustantivo “dinero”.
¿Por qué no “amor”? ¿Por qué no “complicidad”?....Muebles arriba, muebles abajo
y mientras tanto, las oportunidades escapan. Y, sinceramente, demasiados
problemas sólo para no admitir que todas las mujeres tienen, también, su rincón
reservado al romanticismo.
Entonces hemos quedado
que la fórmula para casarse con un millonario es mostrarse atractivas,
insinuantes, sin dar ni un poquito de más, y dejar un poco con la miel en los
labios. Y no os dais cuenta de que, sólo con veros, la miel ya está en los
labios. Casarse con un millonario es una tarea muy dura, durísima. Casarse por
amor, lo es aún más.
Jean Negulesco dirigió
esta película con pulso sensible y elegante, sin dejar nunca de dar lo mejor
para que los espectadores vieran lo mejor y así puso a hombres como Cameron
Mitchell, David Wayne o un William Powell lleno de clase para que Lauren
Bacall, Betty Grable y Marilyn Monroe hicieran sus sueños realidad. Sólo que, a
veces, los sueños son un pálido reflejo de la realidad…o no son realidad,
directamente. Cuidado con el escalón, que te vas a tropezar. Cuidado con no
dar, que no vas a conseguir. Cuidado con creer, te puedes dar un batacazo
histórico. Y además… ¿quién no se enamoraría perdidamente de estas tres chicas?
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