Ojos ampliamente
cerrados. Ojos de marido que tiene celos de una ensoñación, de algo que nunca
existió salvo en la mente de su atractiva esposa. Ojos que buscan respuestas a
un enigma que no tiene solución. Todo lo contrario. Cuanto más se profundiza en
él, más enrevesado se vuelve todo. La tentación aquí y allí, el agradecimiento
casual, el destino caprichoso, la incomprensión en un momento tan inoportuno
como el dolor, la noche que envuelve, la noche que atrapa, un ritual. Es mejor,
tal vez, cerrar ampliamente los ojos.
Y quizá el vaivén del
destino de una sola noche sea tan irónico que se puede comprobar que la
inocencia está manchada y que el sueño sólo puede seguir hacia adelante. Las
miradas, después de abrir los ojos, ya no son iguales. Hay un matiz vicioso,
una verdad enmascarada que no se atreve a salir. Puede que, en el fondo, todos
llevemos un antifaz estando en nuestros momentos más íntimos. O que nos guste
juguetear con los sentimientos para encontrar problemas donde no los hay. Una
simple imagen que nunca ocurrió puede llegar a obsesionar y las conversaciones
se alargan, los coqueteos se acortan y la noche no termina nunca, nunca. Éste
es un relato soñado. Un relato en el que el bien se confunde peligrosamente con
el mal, en el que la virtud puede trocarse en defecto, en el que el sexo parece
caminar por las calles húmedas tratando de acotar el territorio de la pasión.
No hay salvación. Y si la hay, es posible que venga de alguien inesperado.
Mucho se habló de Eyes wide shut cuando se estrenó y,
desde luego y para no variar los presupuestos habituales sobre los que se mueve
el cine, fue recibida con una cierta dosis de perplejidad y unos cuantos
vituperios que incluían la certificación de la senilidad del gran Stanley
Kubrick, Como siempre, se había adelantado a su tiempo. Aún asumiendo de que el
montaje con el que se estrenó no era el definitivo debido a la costumbre del
director de modificarlo hasta el mismo momento en que se exhibía, Eyes wide shut gana con el tiempo.
Parece como si las serpientes oscuras de la irritación se movieran con más
sentido, como si el problema inexistente que plantea comenzara a tomar forma.
La disección de la capacidad de comunicación de una pareja aparentemente feliz
se convierte en un arma arrojadiza que causa angustia, desesperación y un paseo
al mismo borde de la derrota. Kubrick, como siempre, nos vuelve a dar otra
lección.
Y es que no es fácil
llevar a cabo una película que te habla mucho más de sensaciones ignotas antes
que las percepciones físicas que todos hemos experimentado. El estilo es suave,
inquietante a cada minuto, haciendo al espectador partícipe de esa misma
inquietud que experimenta el protagonista a pesar de que no hay ningún motivo
como para sentirse inquieto. Quizá Eyes
wide shut es una de esas películas únicas que deben verse con los ojos
ampliamente cerrados, tratando de retener solamente ese cúmulo tan
contradictorio de sensaciones que se puede experimentar con el sonido, con el
diálogo y usando exclusivamente la imaginación. No es fácil. Por el camino
pueden intentar obtener respuestas de algo que no merece ni un signo de
interrogación.
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