miércoles, 9 de octubre de 2019

EYES WIDE SHUT (1999), de Stanley Kubrick



Ojos ampliamente cerrados. Ojos de marido que tiene celos de una ensoñación, de algo que nunca existió salvo en la mente de su atractiva esposa. Ojos que buscan respuestas a un enigma que no tiene solución. Todo lo contrario. Cuanto más se profundiza en él, más enrevesado se vuelve todo. La tentación aquí y allí, el agradecimiento casual, el destino caprichoso, la incomprensión en un momento tan inoportuno como el dolor, la noche que envuelve, la noche que atrapa, un ritual. Es mejor, tal vez, cerrar ampliamente los ojos.
Y quizá el vaivén del destino de una sola noche sea tan irónico que se puede comprobar que la inocencia está manchada y que el sueño sólo puede seguir hacia adelante. Las miradas, después de abrir los ojos, ya no son iguales. Hay un matiz vicioso, una verdad enmascarada que no se atreve a salir. Puede que, en el fondo, todos llevemos un antifaz estando en nuestros momentos más íntimos. O que nos guste juguetear con los sentimientos para encontrar problemas donde no los hay. Una simple imagen que nunca ocurrió puede llegar a obsesionar y las conversaciones se alargan, los coqueteos se acortan y la noche no termina nunca, nunca. Éste es un relato soñado. Un relato en el que el bien se confunde peligrosamente con el mal, en el que la virtud puede trocarse en defecto, en el que el sexo parece caminar por las calles húmedas tratando de acotar el territorio de la pasión. No hay salvación. Y si la hay, es posible que venga de alguien inesperado.
Mucho se habló de Eyes wide shut cuando se estrenó y, desde luego y para no variar los presupuestos habituales sobre los que se mueve el cine, fue recibida con una cierta dosis de perplejidad y unos cuantos vituperios que incluían la certificación de la senilidad del gran Stanley Kubrick, Como siempre, se había adelantado a su tiempo. Aún asumiendo de que el montaje con el que se estrenó no era el definitivo debido a la costumbre del director de modificarlo hasta el mismo momento en que se exhibía, Eyes wide shut gana con el tiempo. Parece como si las serpientes oscuras de la irritación se movieran con más sentido, como si el problema inexistente que plantea comenzara a tomar forma. La disección de la capacidad de comunicación de una pareja aparentemente feliz se convierte en un arma arrojadiza que causa angustia, desesperación y un paseo al mismo borde de la derrota. Kubrick, como siempre, nos vuelve a dar otra lección.
Y es que no es fácil llevar a cabo una película que te habla mucho más de sensaciones ignotas antes que las percepciones físicas que todos hemos experimentado. El estilo es suave, inquietante a cada minuto, haciendo al espectador partícipe de esa misma inquietud que experimenta el protagonista a pesar de que no hay ningún motivo como para sentirse inquieto. Quizá Eyes wide shut es una de esas películas únicas que deben verse con los ojos ampliamente cerrados, tratando de retener solamente ese cúmulo tan contradictorio de sensaciones que se puede experimentar con el sonido, con el diálogo y usando exclusivamente la imaginación. No es fácil. Por el camino pueden intentar obtener respuestas de algo que no merece ni un signo de interrogación.

No hay comentarios: