Cada
vez es más cierta aquella frase tan manida de que ninguna fortuna ha sido
amasada de forma honesta. La jerga legal y económica ha enmascarado, además,
los intentos por mantener ocultos los millones de esas ratas que tanto daño han
hecho a las personas normales, golpeadas por desgracias, necesitadas de dinero
o, simplemente, poseedores de una inversión minorista con el fin de
rentabilizar sus pequeños ahorros. Esos roedores de ambición no se plantean
ninguna cuestión de conciencia. Son delincuentes de la ética, que se amparan en
los resquicios de un sistema imperfecto y que precisa de una reforma que iguale
la ley a la honradez. Eso nunca lo verán nuestros ojos.
Los llamados “papeles
de Panamá” destaparon el enorme entramado de sociedades pantalla que fueron
creadas de forma ficticia para tapar la acumulación de riquezas con el fin de
no pagar impuestos porque la elusión fiscal no es la evasión fiscal. La
primera, orilla la obligación de cumplir tributariamente. La segunda, es un
delito. Así que, tal vez, en alguna oficina perdida de algún paraíso
financiero, haya un don nadie que se decida a entregar pruebas que evidencien
que vivimos rodeados de depredadores feroces, capaces de atacar las mismas bases
de nuestra vivencia y convivencia con tal de añadir ceros a esa empresa de
nombre improbable controlada por otra firma radicada en cualquier parte del
mundo. Los que pagan todo eso, siempre son los mismos.
No deja de ser
farragosa y difícil toda esta arenga basada en tasas, impuestos, escrituras,
cesiones y códigos y es muy posible que el director Steven Soderbergh lo sepa
desde el principio. Al fin y al cabo, el guionista de la película es Scott
Burns, que ya escribió la pesada El
soplón, así que, con cierta inteligencia, el director lo salpica todo de un
cinismo de humor residual, con unos narradores elegantes como Gary Oldman y
Antonio Banderas, que explican todo al detalle. Desde la invención del dinero
como medio para no matarnos para conseguir la supervivencia hasta el defectuoso
entramado legal que se revela como inútil más allá de cualquier consideración
moral. Por el camino, nos encontramos con Meryl Streep, con Sharon Stone, con
James Cromwell o con David Schwimmer para que no nos perdamos en todas esas
historias que no convergen, pero sí parten del núcleo principal de la avaricia
y el soborno tornándose una especie de Traffic
seguido de muchos ceros. El resultado final es una película ágil, a ratos
divertida, a ratos pesada, muy ácida y que desvela una serie de terribles
verdades dejándonos con la certeza de que la inestabilidad está ahí mismo, a la
vuelta de cualquier esquina. Y de que la culpa de todo la tiene un gobierno
complaciente que permite que esto ocurra.
Así que es el momento
de guardar el dinero debajo del colchón y tratar de cobijarse en el refugio más
próximo. Esas doscientas cincuenta mil empresas gestionadas por un luminoso
bufete de abogados panameño es sólo una gota de agua en el océano. Y todo el
dinero acumulado en ellas no ha sido empleado para pagar ni un solo céntimo de
impuestos. Y así es cómo todo se tambalea y sólo se salvan los quince millones
de millonarios y los dos mil multimillonarios que hay en el mundo. El resto
asistiremos, aterrorizados, al fin de nuestra existencia razonable para volver
a ser una tribu hambrienta de papel-moneda.
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