Atrás quedaron aquellos
tiempos en los que el pelo largo y la pancarta eran verdaderos signos de
identidad de una generación contestataria. Ya nadie se acuerda del “haz el amor y no la guerra” y es tiempo
de resolver misterios que no tienen demasiadas respuestas. Algo así como la
vida, que entra siempre por la fuerza. Bien lo sabe el detective Moses Wine,
que, no hace demasiados años, protestaba con una cinta en la cabeza, la barba
bien tupida y el ánimo encendido contra la guerra de Vietnam. Ahora ya está
aquí el desencanto y todo el mundo sabe que no hay nada más desencantado que un
detective privado. Y más aún si se trata de investigar una dudosa campaña
política. Moses no sólo tiene que vivir de un oficio en el que la basura se
nota demasiado. Tiene también que hurgar en ella. Al fin y al cabo, él tiene
problemas para desarrollar cualquier aspecto de su vida, pero… ¿quién no lo
tiene?
El sentido de la
confusión puede que sea la mejor arma de Moses Wine. Él sabe muy bien lo que es
vivir dentro de ella y, sin duda, este es un misterio que plantea más preguntas
que respuestas. Si se juntan unas cosas y otras, él es el mejor investigador
para resolver algunos extremos. Otros se quedarán en la incógnita. Sin embargo,
Moses sabe que es imposible obtener una solución a todo. Sólo lo suficiente
como para que la vida no se escape de control. Él añora otros tiempos de
griterío y protesta, pero ahora tiene un 38 en el bolsillo y eso, en el fondo,
también es una forma de gritar y de protestar. Las cenizas de la contracultura
no crearán ningún ave fénix, pero las ascuas siempre dejan un poso de justicia
en un mundo que cada vez es menos justo.
Richard Dreyfuss
realiza un espléndido trabajo en la piel de Moses Wine, un rebelde que ha caído
en tiempos demasiado duros y que trata de hacerlos más soportables a través de
un trabajo sucio. Desde su mirada terriblemente decepcionada, podemos atisbar
la desolación de toda una generación de jóvenes que creyó que era posible
cambiar el mundo en los años sesenta y que se dio cuenta de que los setenta
enterraron todas las intenciones mientras los sueños se esfumaban en la dura
realidad. Mientras tanto, ahí está la intriga que trata de resolver con
profesionalidad porque sabe que, en el fondo, también llegó la hora de pagar
con su compromiso todas las exigencias que se atrevió a hacer en el pasado.
Moses Wine podría ser
la pesadilla de todos los grandes detectives que han pisado una película. No
tiene las cosas claras, nunca las tuvo. Sólo sabe que tiene que demostrar con
su trabajo que la honestidad aún existe, por mucho que se esfumara a través de
los turbulentos años de barricadas y consignas. No hay mujeres fatales. Sólo ex
mujeres que saben que Moses sigue buscando aunque nadie sabe muy bien el qué.
Quizá sea el destino del hombre moderno. Quizá Moses Wine sea la representación
más nítida del inconformismo que atenaza a los que, alguna vez, creyeron en
algo.
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