Sé lo que sientes,
Pierre. Acaricias su piel y es como si el mundo entero, con todas sus
sensaciones, viniera a verte. El sentimiento de culpabilidad se deja atrás con
tanta facilidad como la caricia que prodigas en la curva de sus piernas. Las
manos ruegan por estar juntas, los labios desean encontrar el tope de sus
anhelos, los ojos sólo quieren ver la complicidad que se emana en el aburrido
París que te ha tocado vivir. Has escrito unos cuantos libros de éxito y eres
un autor respetado en el mundo editorial. Te invitan aquí y allá, para que
vayas a hablar sobre tal tema o a presentar cual película. Y ahí es donde
perpetrarás el engaño aunque deberías saber, Pierre, que nada es como te lo
imaginas. No podrás tener un rato de intimidad con la chica de tus sueños, con
discreción y relajación, con la sensación de que el tiempo se escurre entre la
suavidad de tus dedos. Igual que su piel. Su piel suave. El papel en el que
ella escribe cuánto te quiere.
Sin embargo, calculas
mal, Pierre. Cuando tu mujer te descubre, crees que aún tendrás un refugio al
que ir y que deberás dar un paso al frente en una relación que, hasta el
momento, sólo ha vivido porque era clandestina. Con todos sus errores e
inconvenientes, era una relación ideal. No, Pierre. En el momento en el que te
pones las gafas y haces planes de futuro, pierdes tu segunda opción. Y es
entonces cuando el sentimiento de pérdida invade todo lo que haces porque te
das cuenta de que has jugado muy mal tus cartas y la estabilidad ha huido y la
aventura se ha fugado. Estás en tierra de nadie, tratando de encontrar unos
brazos donde escribir tus siguientes líneas y el destino, trágico, implacable y
mortal, te encontrará tomando un café y leyendo el periódico. Pasaste de una
vida tranquila a una soledad abrupta, y de ahí a un final inesperado. Es como
el amor que, en el fondo, transita desde la ilusión a la decepción, y de ahí a
un vacío desolador. Aún tienes el tacto de su piel entre los dedos. Aún quieres
la tranquilidad a un paso. Y no sabes moverte, Pierre, te tienen que empujar.
François Truffaut
dirigió esta maravillosa historia de no amor porque, tal vez, sabía demasiado
bien que ese Pierre Lachenay indeciso y voluble también era él mismo tratando
de encontrar el auténtico rostro del amor. Así que, Pierre, no te preocupes. Se
te retrató con la clara escritura de quien sabía de lo que hablaba y así todos
supimos que las cosas no son blancas, ni negras, que sólo son blancas o negras
dependiendo de nuestros propios actos y que el secreto no consigue apagar la
conciencia de lo equivocado. Aunque la búsqueda sea inevitable.
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