El
problema de dedicarse durante mucho tiempo a lo mismo es que llega un momento
en que ya se plantean demasiadas consideraciones de índole moral. ¿Se hace el
trabajo bien? ¿Se hace con eficacia después de tantos años? ¿Se mantiene la
ilusión? ¿No ha salido dañado nadie que no debiera? Todas estas preguntas de
fácil respuesta se convierten en auténticos muros infranqueables cuando la
profesión resulta ser peligrosa para la salud ajena. Es lo que tiene el honrado
oficio del asesino profesional al servicio del espionaje.
En este caso, se
presenta un problema aún mayor. Tal vez, llegada la hora, el individuo en
cuestión se plantee el retiro. Es lo que se llama un cabo suelto, porque el
tipo sabe lo que no debe y puede hablar lo que no conviene. Así que la
jubilación no va a ser dorada, ni tranquila. Se va a mandar a otros
profesionales del ramo para que solucionen la cuestión. Y uno de ellos es tan
bueno como él.
El contrincante resulta
ser él mismo, pero con unos cuantos años menos. Esto de la clonación ha
prosperado una barbaridad. Sus movimientos son los mismos, las tretas son las
habituales, la precisión es matemática. Así que es doble o nada. O dos de la
misma sangre o se termina el juego. Y aún hay otro elemento más en el tablero.
No es nada intrascendente, todo lo contrario. Es fundamental. Se trata del
dolor. Del exceso de conciencia. De la seguridad de que, aunque se hace un
trabajo necesario para salvaguardar a la patria, va minando el ánimo en
cualquiera. Incluso en la copia humana de uno mismo. Se trata de crear al
soldado perfecto, al que mata sin remordimiento, al que dispara sin pestañear.
A partir de aquí
podemos asegurar que Ang Lee ha conseguido visitar el género de acción con
cierta solvencia, con unos efectos especiales que, en algunos momentos, acaban
por ser algo chapuceros y con una banda sonora espectacular de Lorne Balfe. El
trabajo de Will Smith es esforzado, aunque algo monocromático. Y atención a
Mary Elizabeth Winstead porque se revela como una dama que, sin tener demasiada
cancha para demostrar lo que vale, aún consigue un trabajo notable. Algo peor
está Clive Owen, como si no se creyera demasiado su papel. El resultado es
entretenido y eficaz, con algunas secuencias de indudable mérito, intentando
descifrar el jeroglífico de la mente retorcida del hombre que se dedica a
limpiar los trapos sucios de una agencia de espionaje. También hay caídas en el
tópico a pesar de que algunos planteamientos son originales y más que
atrayentes. No es fácil acabar con nuestro doble, más vale acercarnos a él y
proponerle un trato, no vaya a ser que sólo pidamos unos cuantos tiros y nos
quedemos por debajo del mínimo.
Así que es tiempo de
mirar hacia el interior para saber interpretar al enemigo. Todo se puede
reducir a acabar con la figura del padre y la fantasía está servida también en
algunos fragmentos. Se trata de acabar con quien puede manchar la reputación o
entorpecer las funciones de un secreto que se halla bien guardado. La bala va
de un lugar a otro y la lucha será encarnizada. Al fin y al cabo, no todos los
días uno puede acabar consigo mismo y vivir para contarlo. Las noches se hacen
largas viviendo dobles vidas de largas pesadillas y el menor ruido puede acabar
con la duermevela. A todos se le ve venir. Y a la única que no se espera es a
la bestia que habita en nuestro interior. Lo peor es que todos la llevamos
dentro.
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