Estoy sentado en la
butaca, esperando que se produzca la magia de la imagen en esa pantalla blanca
que me mira orgullosa. En la sala, hay una leve música de fondo. Ignoro si
pertenece a la película o no, pero lo dudo. No voy con muchas esperanzas. La
verdad es que ir a ver un musical basado lejanamente en los avatares de Diana
Ross y las Supremes no es que me atraiga demasiado. Me imagino una película con
amor, con algún elemento discordante, música de los sesenta y, sobre todo, de
los setenta, y un festival a cargo de Beyoncé Knowles, que es la estrella del
momento. Las luces se apagan. Comienzan los consabidos anuncios y trailers.
Quizá la semana que viene vaya a ver ésta otra. Seguro que voy más animado, más
entonado.
La luz de la pantalla
se ilumina y la película empieza. Veo que hay cierta clase en la presentación
y, sin quererlo ni beberlo, estas tres chicas que cantan como ángeles me hacen
bailar los pies con Move, una canción
que sirve para introducir al grupo. La fotografía es buena y hay una virtud que
me encandila: la realización opta por la elegancia. ¿Quién es el director? Ah,
sí, Bill Condon, aquel que dirigió esa maravilla llamada Dioses y monstruos. Los planos son fijos, nada de cámara al hombro,
los números musicales se ven y cada canción supera a la anterior. Y me fijo en
algo que me llama muchísimo la atención. No es un festival a cargo de Beyoncé
Knowles, sino que la estrella de la película se llama Jennifer Hudson, una
chica de color de altura considerable y cuerpo nada discreto que exhibe una voz
prodigiosa, actuando con alma y soltura, soltando auténticas filigranas vocales
que dejan a Beyoncé con un papel agradecido, pero menor. Por ahí está también
Eddie Murphy en un registro muy poco habitual. Un cantante que recuerda vagamente
a James Brown y que también demuestra lo bien que domina el arte de la música.
La película me está llevando en volandas, hasta que sale Jennifer Hudson y
canta ese tema, increíble, lleno de furia y sentido titulado And I am telling you I´m not going y siento
que la emoción me recoge y que los ojos se me humedecen. A través de una
canción estoy sintiendo que no siempre se valora el inmenso talento que puedes
llegar a tener, que el hecho de ser guapa o ser feo también cuenta, que más
vale no exigir tu lugar en el sol si no quieres perder tu sitio en la sombra.
Yo caigo con Jennifer Hudson en esa canción, y me lleno de rabia, y de rencor y
de aire comprimido en mis pulmones.
A partir de ahí, la
película decae. Es muy difícil igualar esa cima en la trama y en la música,
pero aún así, ves el mundo de intereses que se forma alrededor del éxito y, a
pesar de que todo se dirige hacia un pequeño final feliz, te das cuenta de que
la película está bien dirigida, bien interpretada, bien cantada, bien escrita,
con sus grandes historias y sus historias pequeñas, con los detalles escogidos
para que todo tenga su importancia y, sobre todo, con Jennifer Hudson haciendo
que apriete los puños y clame por una pírrica victoria en el devenir de estas
chicas que no son las Supremes, pero que colocaron toda una antología del soul con enormes dificultades técnicas
en sus voces a través de las composiciones modernas de un musical que hace que
no quieras levantarte de la butaca en la que te habías sentado, algo derrotado,
en un principio. No, no es una obra maestra, es una buena película que se oye,
se ve y, también, se siente. Sólo la historia de tres chicas de ensueño que
quisieron dedicarse a lo que más les gustaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario