Son tiempos de paz. Las
heridas sanan. Las cicatrices están latentes, pero siempre recuerdan las
batallas que se han librado. Nada impide que se pueda hablar del pasado. Al fin
y al cabo, el ambiente en un hospital de convalecientes tiene que ser relajado,
tranquilo, con una invitación a hablar que flota en el aire. La salida de un
coma profundo debe ser una experiencia transitoria y sin traumas. Sólo es
necesario salir a la terraza, respirar el aire puro de la paz y dejar que los
pulmones recuerden lo maravilloso que es cerrar los ojos y ver el cielo lleno
de pájaros libres que pían en su libertad. Ya no hay bombas. Ya no hay carreras
apresuradas para meterse en un sótano. No existe esa sensación de vida frágil
en tiempo de guerra. Sólo hay que tumbarse y soñar. Y hablar, sobre todo,
hablar.
Sin embargo, no todo es
lo que parece. Un detalle allí. Otro allá. Algo no está del todo encajado en
esta nueva vida ideal después de las heridas. Quizá todo sea demasiado
perfecto. Incluso la enfermera es perfecta. Algo chirría y no se sabe muy bien
qué es. El Mayor Jefferson Pike se está dando cuenta, pero es incapaz de
formularlo. Todos quieren que hable mucho para que los mecanismos mentales se
reactiven. Especialmente de determinado día en una playa de Normandía.
No, esto no funciona
así. La paz está para vivirla y no para recordar los tiempos de muerte. Hay
algo maquiavélico en este ensueño de tranquilidad y reposo. Día y medio aquí y
todos se cuentan sus batallitas, como si quisieran revivir los días de horror y
sangre y deleitarse con ello. Pike sabe que el dolor se guarda más y se narra
menos. Parece como si todos quisieran escuchar su experiencia en el día D. Y
sabe muy bien que el silencio suele ser un buen aliado. Nada es real. Nada es
tan ideal.
James Garner, Eva Marie
Saint y Rod Taylor dieron forma a este melodrama bélico basado en la mentira,
en la apariencia, en el tejido de una trampa brillante que quiere tomar el
atajo más corto para vencer a los aliados. Al fin y al cabo, el teatro siempre
ha sido un arma poderosa para alcanzar la victoria y, en esta ocasión, todo
debe de estar milimétricamente ensayado. George Seaton supo ver el atractivo de
una historia que, en realidad, son dos y que trata de entretener por encima de
todo aunque haya algún olvido en el montaje que hace que todo parezca más
simple de lo que realmente podría haber sido.
Y es que no es fácil
imprimir unos cuantos periódicos falsos para dar más veracidad al paraíso, o
dar noticias sobre un presidente que no existe porque Roosevelt al fin se ha
retirado y disfruta de un descanso merecido en algún lugar del sur de Estados
Unidos. La mentira, ante todo, debe ser creíble, si no, pierde su esencia. Y,
en este caso, hay que mentir con convicción, diciendo la verdad. Van a ser treinta
y seis horas muy largas. Unos van a querer una información que cambie la
historia. Otros van a reunir muchas falsedades para darse cuenta de que aún
queda mucho para vencer. Y, en medio, la tensión será el auténtico campo de
batalla.
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