martes, 7 de abril de 2020

36 HORAS (1965), de George Seaton



Son tiempos de paz. Las heridas sanan. Las cicatrices están latentes, pero siempre recuerdan las batallas que se han librado. Nada impide que se pueda hablar del pasado. Al fin y al cabo, el ambiente en un hospital de convalecientes tiene que ser relajado, tranquilo, con una invitación a hablar que flota en el aire. La salida de un coma profundo debe ser una experiencia transitoria y sin traumas. Sólo es necesario salir a la terraza, respirar el aire puro de la paz y dejar que los pulmones recuerden lo maravilloso que es cerrar los ojos y ver el cielo lleno de pájaros libres que pían en su libertad. Ya no hay bombas. Ya no hay carreras apresuradas para meterse en un sótano. No existe esa sensación de vida frágil en tiempo de guerra. Sólo hay que tumbarse y soñar. Y hablar, sobre todo, hablar.
Sin embargo, no todo es lo que parece. Un detalle allí. Otro allá. Algo no está del todo encajado en esta nueva vida ideal después de las heridas. Quizá todo sea demasiado perfecto. Incluso la enfermera es perfecta. Algo chirría y no se sabe muy bien qué es. El Mayor Jefferson Pike se está dando cuenta, pero es incapaz de formularlo. Todos quieren que hable mucho para que los mecanismos mentales se reactiven. Especialmente de determinado día en una playa de Normandía.
No, esto no funciona así. La paz está para vivirla y no para recordar los tiempos de muerte. Hay algo maquiavélico en este ensueño de tranquilidad y reposo. Día y medio aquí y todos se cuentan sus batallitas, como si quisieran revivir los días de horror y sangre y deleitarse con ello. Pike sabe que el dolor se guarda más y se narra menos. Parece como si todos quisieran escuchar su experiencia en el día D. Y sabe muy bien que el silencio suele ser un buen aliado. Nada es real. Nada es tan ideal.
James Garner, Eva Marie Saint y Rod Taylor dieron forma a este melodrama bélico basado en la mentira, en la apariencia, en el tejido de una trampa brillante que quiere tomar el atajo más corto para vencer a los aliados. Al fin y al cabo, el teatro siempre ha sido un arma poderosa para alcanzar la victoria y, en esta ocasión, todo debe de estar milimétricamente ensayado. George Seaton supo ver el atractivo de una historia que, en realidad, son dos y que trata de entretener por encima de todo aunque haya algún olvido en el montaje que hace que todo parezca más simple de lo que realmente podría haber sido.  
Y es que no es fácil imprimir unos cuantos periódicos falsos para dar más veracidad al paraíso, o dar noticias sobre un presidente que no existe porque Roosevelt al fin se ha retirado y disfruta de un descanso merecido en algún lugar del sur de Estados Unidos. La mentira, ante todo, debe ser creíble, si no, pierde su esencia. Y, en este caso, hay que mentir con convicción, diciendo la verdad. Van a ser treinta y seis horas muy largas. Unos van a querer una información que cambie la historia. Otros van a reunir muchas falsedades para darse cuenta de que aún queda mucho para vencer. Y, en medio, la tensión será el auténtico campo de batalla.

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