Bash Brannigan es el
hombre perfecto. Las mujeres caen rendidas a sus pies debido a su inevitable
encanto y a su gusto por la aventura. Siempre sabe desenfundar primero y besar
después y eso, a las chicas, les encanta. Su dureza es puro estilo y su clase
es una marca de nacimiento. Cumple con su trabajo a la perfección y aún tiene
tiempo para una o dos conquistas. No hay nadie como él. Sin embargo, hay un
pequeño problema. Es muy pequeño, apenas una insignificancia. El problema es
que Bash Brannigan no existe.
El que sí existe,
aunque lleva una idílica vida de soltero, es Stanley Ford. Es un dibujante y el
creador del personaje de Bash Brannigan, pero, como tantos otros artistas, él
vierte en su criatura todo lo que aspira a ser. Sus tiras de cómic son leídas
por cientos de miles de seguidores en todo el país que ansían una nueva
aventura de su espía favorito. Y Stanley les complace porque su imaginación no
tiene límites. Sin embargo, hay un pequeño problema. Es muy pequeño, apenas una
insignificancia. El problema es que, en una noche de juerga, Stanley se casa
con una mujer a la que no conoce.
Y aquí empieza el lío
porque Bash Brannigan se encuentra, de repente, casado con una italiana que no
habla ni una palabra de inglés, y pasa a ser un mediocre con poco encanto.
Stanley comienza a pergeñar un maquiavélico plan para acabar de una vez con esa
italiana preciosa, pero a la que no entiende. Tal vez, el problema es que
Stanley se cree demasiado que es Bash…y viceversa. Los equívocos se suceden.
Las cosas se enredan. La chica es encantadora y parece perfecta para Bash que,
por supuesto, domina idiomas de todo tipo, clase y condición. Pero no lo es
para Stanley, que sólo ansía con volver a su vidita de soltero, cómoda, sin
compromisos, levantándose a una hora tardía para ponerse delante de su tablero
de dibujo e idear una nueva aventura para su personaje. La existencia se
entremezcla con la ficción y ya no se sabe si Stanley es Bash, si Bash es
Stanley o si la italiana va a morir de tanta conspiración.
No es ésta una comedia
demasiado conocida de Jack Lemmon, pero hay que reconocer que sí es divertida.
Con Richard Quine a los mandos, el actor ofrece uno de sus recitales
interpretativos, dispuesto a hacer que la mediocridad sea todo un arte en la
piel de ese Stanley Ford que, en realidad, es pura frustración desahogada a
través de su querido cómic. A su lado, no hay que olvidar al sirviente Terry
Thomas, a la italiana Virna Lisi que acaba por ser adorable, a Claire Trevor en
un divertido papel y al malentendido que hace que la propia esposa crea que va
a ser asesinada simplemente porque se le pasa por la cabeza a alguien que no
existe. ¿O sí? No hagan mucho caso de Stanley. Como se le ponga entre ceja y
ceja, lo mismo les inmortaliza en alguna viñeta.
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