miércoles, 22 de abril de 2020

SOLA EN LA OSCURIDAD (1967), de Terence Young


La oscuridad tiene vida propia. Es un abismo de imprecisión que se abre cuando no se puede ver, cuando estamos privados de uno de los sentidos que más se aprecia en un interior que, extrañamente, se revuelve cuando ha de creer que, más allá del siguiente centímetro, hay algo. Puede ser un mueble, puede ser la nevera, puede ser una inocente muñeca, puede ser la soledad, puede ser el aislamiento, puede ser una escalera, puede ser el silencio más amenazador…y puede ser la muerte. Sí, puede que esté ahí mismo, acechando con sus garras sin piedad, con el rostro de un hombre impasible que desea algo por encima de todo. A este lado, sólo una mujer. Valiente, aunque quizá no lo sepa. Única, aunque quizá no lo piense. Decidida, aunque quizá no lo crea. Tendrá que moverse en una oscuridad que, para ella, ya comienza a ser rutina y, lo que es peor, deberá hacerlo sola, sin ayuda de nadie. Y los malvados van a sitiar su casa hasta que sus gritos queden afónicos y su terror sea inútil.
No ha sido fácil para ella desde el accidente. Todo se sumergió en las sombras y la vida, en cierto modo, dejó de tener sentido. Ahora está recuperando las ganas de seguir adelante, pero una noche eterna se cierne sobre ella, porque el tiempo se hace mucho, mucho más largo cuando el pánico forma parte del ambiente. Sin embargo, ella, haciendo gala de su inteligencia, intentará aliarse con la oscuridad porque convive con la ceguera y, hasta cierto punto, sabe manejarla. Las voces suenan en su interior y ella se adentra en el bosque de palabras para encontrar la escasa sinceridad que hay en el mundo. Cualquier inflexión puede ser una trampa. Cualquier expresión de más, una empalizada contra el sentido común. Susy es una heroína sin visión de futuro, pero sabe leer como nadie en el interior de las personas.
Hay que destacar, sin dudarlo ni por un instante, el trabajo que realizan como secundarios Richard Crenna, Alan Arkin y Jack Weston. Demuestran seguridad, aplomo, capacidad, trazando a sus personajes con las aristas propias que delatan que la maldad no tiene sólo una cara. Sin embargo, esta película, posiblemente, sea el último gran trabajo de Audrey Hepburn en un papel hecho a su medida. Ella ya, de por sí, proporciona el aire de fuerte fragilidad, de indestructible resistencia, de acerada debilidad y de recios recursos tras la barrera de negrura en la que el destino la ha encerrado. Enorme, como actriz y como mujer, Audrey Hepburn traspasa la escena con su miedo, con su indefensión, con su enorme categoría y con la certeza de que la soledad quizá sea aún más temible que la propia oscuridad. Tal vez, la dirección de Terence Young no sea lo mejor de la película, con una puesta en escena que no esconde su origen teatral, pero que parece trasladada con cierta desgana, como intentando que no se note mucho el encanto de su actriz protagonista. No importa porque, en algunos momentos, incluso deseamos compartir esa oscuridad con alguien como Audrey Hepburn.

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