miércoles, 1 de abril de 2020

PERMISO PARA AMAR HASTA MEDIANOCHE (1974), de Mark Rydell



Un marinero en la gran ciudad, sí. Pero aquí no hay canciones, ni bailes. Sólo amor. El que siente por una cualquiera de bar y, más tarde, por su hijo. Eso lleva a la deserción, amigo, porque sólo una mujer es capaz de hacerte dejar unas obligaciones inexcusables y caminar por las calles con la seguridad de que el mundo es tuyo, pase lo que pase. Quizá ya hayan sido demasiados años en la Armada, con demasiadas cubiertas fregadas, demasiadas revistas para comprobar que las bocas de los cañones están limpias, demasiadas guardias con la humedad calándose en lo más hondo. No, esa chica cala aún más que la humedad y el amor, el verdadero amor, aparece sin avisar, en medio de un permiso, en la mitad de la libertad de una cenicienta con el mar a la espera. Esta historia, sin duda, es muy pequeña, pero los sentimientos son tan grandes como el océano. Porque nunca se acaba la noche, porque la oscuridad se prolonga en su pelo, porque sus labios parecen a punto de prometerlo todo cuando no tiene nada que ofrecer. Sólo preocupaciones, responsabilidades y un deseo enorme de estabilidad. Y esa vida no cuadra con un marinero curtido en mil batallas. Habrá que prorrogar el permiso.
Y es que la inercia del servicio, a veces, hace que el ánimo se acomode y es difícil y duro deshacerse del uniforme. En esas ocasiones, cuando el cansancio aparece y el desánimo cunde, es cuando la patria se siente un poco menos porque, al fin y al cabo, a cambio de una vida de sacrificio y bien solitaria, el país sólo ha dado un par de distinciones coloradas y la promesa de seguir errando en busca de una guerra en algún lugar lejano, de aguas calientes y sangre de sobra. Y ella…siempre ella, está deseando encontrar un hombro en el que apoyarse, que le dé seguridad y confianza, la que le hace falta para abandonar su barco sin zarpar ahogado en viejos alientos de alcohol seco.
Así, en los rostros profundos y sentidos de James Caan y Marsha Mason, asistimos al encuentro de dos corazones genuinos, que se aman por encima de las obligaciones con tal de probar ese sentimiento en medio de su soledad. Tras las cámaras, Mark Rydell les sigue como un testigo mudo de lo que no puede ser contado, con discreción, sin apenas notarse. Es como si la vida, en esta ocasión, también quisiera pedirse un permiso para disfrutarlo en una ciudad de ficción y abandonarse al placer de amar y ser amado, como un marinero que se plantea el sentido de su existencia por su libertad de Cenicienta al lado de una perdida que intenta sobrevivir con la fealdad con la que le ha tocado seguir adelante.
Aquí no hay misterios, ni intrigas, ni disparos, ni persecuciones…toda la acción se concentra en unas horas de cariño que cambian todo. Y no importa que sean un par de perdedores porque, tal vez, saben vivir el amor de forma mucho más intensa que cualquiera. Y eso sólo lo saben hacer los que no necesitan de ningún permiso para amar mucho más allá de la medianoche.

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Recuerdo bien que tú y yo hablamos un día de esta película y de lo olvidada e infravalorada que estaba. Es una película agradable de ver, a pesar de tener un trasfondo duro que remite a algo tan ingrato en el fondo como es la soledad. Puede tener un poco un aire a "Fat city" que comentabas hace poco, con personajes muy bien dibujados marcados por la desesperanza. Muy perdedores, muy Huston y muy setentera. Muy bien los dos actores, tres en realidad porque el papel del crío es también decisivo.

Si no estuviese ahí "En el estanque dorado" podría ser la mejor película de Rydell, supongo (tampoco he visto muchas y tengo pendiente de ver "Los rateros"

Abrazos sin permiso

César Bardés dijo...

Cierto, está infravalorada y es una de esas joyas desconocidas que merecen un revisionado urgente. Creo que es una película que en la que todo está bien. La dirección, el guión, el ritmo, los actores, impresionantes. Merece verla. Y aún es más, merece verla con el corazón.
Efectivamente, "En el estanque dorado" es la mejor película de Rydell. "Los rateros" no es una película que me encante,ni mucho menos. De Rydell yo destacaría aquel fracaso monumental que tuvo con "Harry y Walter van a Nueva York", que a mí me parece una comedia sorprendente y estupenda, y esa película que pasó también sin pena ni gloria y es una auténtica delicia con Bette Midler y James Caan que es "Ayer, hoy y por siempre".
Abrazos a medianoche.