Las luces ya se apagan
para Terry Brogan. Ya no habrá más touchdowns,
ni más yardas ganadas al contrincante. Ahora tendrá que jugar un poco a los
detectives privados porque debe encontrar a la chica de un tipo sombrío y poco
recomendable. El dinero manda y Brogan ya no tiene ni un céntimo. Así que va a
buscarla. Y ella es deslumbrante. Nada puede compararse a ese halo de misterio
que la recubre y no hay más camino que caer en sus redes. Ella es todo lo que
los hombres quieren tener entre sus brazos y, además, es peligrosa. Tan
peligrosa que, cuando Brogan cree que ha encontrado el verdadero amor, ella
vuelve con el tipo sombrío. Y ahí es cuando empieza el enredo. Ella, desde ese
momento, se convierte en un cenagal oscuro, impenetrable, lleno de aristas,
imprevisible, irresistible. Brogan se hace preguntas y encuentra muy pocas
respuestas en ella más allá de sus ojos, de su cuerpo, de sus labios y de su
atractivo. Es un muro de contención de sentimientos y eso hace que, cuando se
desborda, Brogan caiga en la irracionalidad, en enfrentarse a todos y a todo.
Incluso a ella.
Puede que la maldad sea
tan impensable que comience a ser algo realmente atrayente. Y los personajes de
esta película caminan peligrosamente por el borde mismo de la simpatía para el
espectador. Eso hace que la incomodidad se adueñe de las sensaciones y no sea
una película fácil. Al fin y al cabo, cuando crees que tienes las riendas de lo
que está contando, la historia huye con otro y no acabas de comprenderlo.
Siempre hay un giro de guión a la vuelta del siguiente fotograma y acompañas a
Jeff Bridges, Rachel Ward y James Woods como si fueras el cuarto componente de
un trío con el que sólo tienes derecho a mirar. Al final, la conclusión es
inevitable. Las princesas no existen, pero sí se construyen en la imaginación
calenturienta de los hombres. Se desea lo que no se tiene y esta mujer,
inalcanzable y lejana, no pertenece a nadie. Ni siquiera durante las dos
semanas en las que parece que el paraíso se halla alrededor de un tipo al que
persigue la mala suerte…o las malas compañías. En cualquier caso, hay que
elegir bien las amistades. En una de estas te pueden meter en un lío del que no
sabrás cómo salir.
Contra
todo riesgo es una versión digna de la maravillosa Retorno al pasado, de Jacques Tourneur,
porque sabe agarrar elementos de ésta y adaptarlos a la estética y
circunstancias de los años ochenta y alterar convenientemente el desenlace para
que la sorpresa no deje de estar presente. Rodada con precisión, con imágenes
muy cuidadas y con un inolvidable tema principal de Phil Collins, ha
permanecido en el ostracismo durante muchos años y, tal vez, merezca una
segunda oportunidad. Aunque a la primera ocasión, nos propine un bofetazo en la
cara y nos abandone para irse por los oscuros terrenos de lo menos
recomendable.
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