De vez en cuando,
existe algún adulto suelto en la jungla urbana que se ha negado a perder toda
la rebeldía juvenil que le embargó años atrás. Ni siquiera se expresa igual.
Antes, el afán era cambiar el mundo, hacer algo realmente fundamental para que
las cosas fueran diferentes. Ahora es posible que el objetivo sea saltarse
algunas reglas de seguridad con otros compañeros y con el dinero como
motivación. Sí, ese mismo dinero contra el que se luchó en la juventud, con
consignas repetidas hasta la saciedad, ingenuas y combativas e irrealizables.
La vida es así. Consigue acomodar a los más contestatarios, aunque, alguna que
otra vez, da un respiro emparejando a unos rebeldes con otros. Quizá para
recordar de que ese punto, esa nimiedad de ir contracorriente, no debe perderse
nunca.
Y aquí, unos genios de
la informática primitiva tienen que enfrentarse con su pasado, con el gobierno,
con viejos amigos que nunca lo fueron, con velocidades milimétricas, con
programas revolucionarios y con ordenadores del pleistoceno. Aún así, todo
funciona porque la acción está en el suspense, en la aventura, en la certeza de
que, no mucho tiempo atrás, había profesionales que sabían muy bien lo que
hacían y que eran capaces de pedir bisoñamente paz a los hombres de buena
voluntad. Puede que sean ciegos en un mundo de múltiples visiones que ya estaba
llamando a la puerta. Puede que, simplemente, sean delincuentes que han
encontrado un resquicio para la adaptación para una vida legal. Lo cierto es
que saben qué cables cortar, qué apoyos prestar y qué utilidad dar.
No cabe duda de que una
película con un reparto que incluye a Robert Redford, Sidney Poitier, Mary
McDonnell, River Phoenix, Dan Aykroyd, Ben Kingsley y David Strathairn tiene
muchas claves para empezar a ser atractiva. Ésta no es una película ambiciosa,
pero consigue sus objetivos de entretener, de mantener al público en vilo con
situaciones extremas, de hacer creer que, ya por entonces, todo estaba
controlado por un buen montón de chips. La dirección de Phil Alden Robinson es
segura y sobria, con algún que otro derrape a manos de ciegos al volante, pero
todo el conjunto es efectivo, intrigante y sorprendente. No es poco para venir
de una trama que habla de unos tipos que lo tienen todo controlado a través de
teclados, vídeos y trampas.
Así que ahí están esos
granujas que, no importa cuál sea su especialidad, tienen mucha clase, poseen
humor para que nada sea demasiado trascendente a pesar de que produce miedo que
lo que plantea la película puede llegar a ocurrir, visitan la diversión con
cada una de las pruebas que se les pone por delante y, por supuesto, son un
lujo para cualquier espectador que aún se emocione con las presencias de una
historia. Fisgar ya ha pasado a ser una profesión que, incluso, se ejerce
gratis y puede que estos piratas de la seguridad no tengan mucho futuro, pero
hay que reconocer que dos o tres sonrisas de complicidad e ironía saben
despertar. Fue el principio del mundo del mañana y, echando la vista atrás, se
llega a tener nostalgia de ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario