Por debajo de la piel
de asfalto de una pequeña ciudad minera yacen algunas pasiones desbocadas. Ahí
está, por ejemplo, el apoderado del único banco de la localidad, que, tras esa
apariencia de burócrata eficiente y algo apocado, se mueve un tipo que fantasea
sexualmente con la enfermera del hospital de mineros. Al mismo tiempo, ella
también sueña con conquistar al hijo del propietario de la mina y éste, como no
podía ser menos, busca respuestas en el fondo de un vaso de whisky porque su matrimonio
es un auténtico desastre. Su mujer se dedica a jugar al golf y algo más con el
profesional más reputado de la zona. Un chaval se avergüenza de que su padre,
ingeniero de minas, no haya combatido en la Segunda Guerra Mundial. Una familia
amish trata de vivir en paz en su
granja sin meterse con nadie. Y enmarcándolo todo, como si fuese una carretera
de circunvalación tortuosa, tres individuos han llegado para perpetrar un
atraco cuidadosamente planeado. No falta de nada en esta aparentemente tranquila
ciudad del interior. Ni siquiera a la honrada empleada que perpetra un hurto de
vez en cuando para redondear su salario.
Y en ese color, en esa
especie de tejido melodramático que parece recordar al gran Douglas Sirk, hay
una cierta atmósfera de inquietud, como si el hecho de que las piezas no
encajaran como debieran fuera algo incómodo y difícil de tragar. El trasiego
diario y el esfuerzo de las personas por intentar ser felices resultan
nimiedades cuando se rasca en la apacible superficie de edificios, asfalto y
campo. Todo está embarrado por la ambición, por el deseo, por la envidia, por
la falsedad, por el fracaso. El mundo es bonito, pero está hecho de fealdades y
la gente es la encargada de fabricarlas.
Esta película está
repleta de curiosidades que hacen de ella una pequeña joya escondida en medio
del cine americano de los años cincuenta. Resulta una cinta rodada en
cinemascope, con una primorosa fotografía en color y con un reparto lleno de
caras conocidas que fue financiada con un presupuesto de película de serie B.
Por otro lado, cuando se estrenó, fue también duramente criticada por su exceso
de violencia aunque es posible que lo fuera por su osadía moral al mostrar una
serie de represiones que alcanzaban absolutamente a todos los personajes, incluidos
los expertos ladrones. En su reparto se incluyen nombres tan notables como los
de Stephen McNally, Richard Egan, Carrol Naish, Lee Marvin (perfecto como uno
de los atracadores que combina un inhalador para la nariz con la absorción de
droga), Ernest Borgnine, Tommy Noonan y Brad Dexter (lo de Victor Mature es una
suerte porque su papel tiene cierta importancia, pero aparece más bien poco) y
actrices que aparecen bellísimas, exhibiendo clase a cada paso, como Virginia
Leith o Margaret Hayes y, tras las cámaras, Richard Fleischer se luce con una
dirección medida, nada precipitada a pesar de que la duración no llega a la
hora y media. Toda una sorpresa escondida a la que se debería prestar algo más
de atención.
Y es que, tal vez así,
podríamos tener conciencia de que un apacible sábado, en cualquier lugar
perdido en el que se trabaja, se ama, se pierde y se disfruta, puede esconder
toda una hoguera de pasiones, vanidades y violencias que llevan a pensar que
hay que aprovechar el día. Ya no habrá otro igual.
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