miércoles, 15 de abril de 2020

SÁBADO TRÁGICO (1955), de Richard Fleischer



Por debajo de la piel de asfalto de una pequeña ciudad minera yacen algunas pasiones desbocadas. Ahí está, por ejemplo, el apoderado del único banco de la localidad, que, tras esa apariencia de burócrata eficiente y algo apocado, se mueve un tipo que fantasea sexualmente con la enfermera del hospital de mineros. Al mismo tiempo, ella también sueña con conquistar al hijo del propietario de la mina y éste, como no podía ser menos, busca respuestas en el fondo de un vaso de whisky porque su matrimonio es un auténtico desastre. Su mujer se dedica a jugar al golf y algo más con el profesional más reputado de la zona. Un chaval se avergüenza de que su padre, ingeniero de minas, no haya combatido en la Segunda Guerra Mundial. Una familia amish trata de vivir en paz en su granja sin meterse con nadie. Y enmarcándolo todo, como si fuese una carretera de circunvalación tortuosa, tres individuos han llegado para perpetrar un atraco cuidadosamente planeado. No falta de nada en esta aparentemente tranquila ciudad del interior. Ni siquiera a la honrada empleada que perpetra un hurto de vez en cuando para redondear su salario.
Y en ese color, en esa especie de tejido melodramático que parece recordar al gran Douglas Sirk, hay una cierta atmósfera de inquietud, como si el hecho de que las piezas no encajaran como debieran fuera algo incómodo y difícil de tragar. El trasiego diario y el esfuerzo de las personas por intentar ser felices resultan nimiedades cuando se rasca en la apacible superficie de edificios, asfalto y campo. Todo está embarrado por la ambición, por el deseo, por la envidia, por la falsedad, por el fracaso. El mundo es bonito, pero está hecho de fealdades y la gente es la encargada de fabricarlas.
Esta película está repleta de curiosidades que hacen de ella una pequeña joya escondida en medio del cine americano de los años cincuenta. Resulta una cinta rodada en cinemascope, con una primorosa fotografía en color y con un reparto lleno de caras conocidas que fue financiada con un presupuesto de película de serie B. Por otro lado, cuando se estrenó, fue también duramente criticada por su exceso de violencia aunque es posible que lo fuera por su osadía moral al mostrar una serie de represiones que alcanzaban absolutamente a todos los personajes, incluidos los expertos ladrones. En su reparto se incluyen nombres tan notables como los de Stephen McNally, Richard Egan, Carrol Naish, Lee Marvin (perfecto como uno de los atracadores que combina un inhalador para la nariz con la absorción de droga), Ernest Borgnine, Tommy Noonan y Brad Dexter (lo de Victor Mature es una suerte porque su papel tiene cierta importancia, pero aparece más bien poco) y actrices que aparecen bellísimas, exhibiendo clase a cada paso, como Virginia Leith o Margaret Hayes y, tras las cámaras, Richard Fleischer se luce con una dirección medida, nada precipitada a pesar de que la duración no llega a la hora y media. Toda una sorpresa escondida a la que se debería prestar algo más de atención.
Y es que, tal vez así, podríamos tener conciencia de que un apacible sábado, en cualquier lugar perdido en el que se trabaja, se ama, se pierde y se disfruta, puede esconder toda una hoguera de pasiones, vanidades y violencias que llevan a pensar que hay que aprovechar el día. Ya no habrá otro igual.

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