jueves, 16 de abril de 2020

FAMILY PLOT (La trama) (1976), de Alfred Hitchcock


Uuuuuuuhhh…Henry….guíame a través de las tinieblas del más allá para encontrar justo aquello que mis clientes quieren oír. No te entiendo, Henry. La adinerada señora Rainbird está aquí y espera tener noticias del hijo abandonado de su hermana. ¡Y ofrece diez mil dólares por saber algo! Henry…la verdad, aunque seas un espíritu que no existe, es una ocasión que no podemos rechazar. Así que tendremos que ponernos manos a la obra. O sea, que lo investigue George. Sí, sí, ya sé. George es un poco patán, pero es más listo de lo que parece y, además, muy perseverante cuando hay billetes de por medio. A mí es un hombre que me encanta. Tanto o más que esa sombra reconocible que está detrás de la puerta del negociado de “Nacimientos y defunciones”. Y será cuestión de ir a cementerios, intercambiar información con gente poco recomendable…pues eso. Henry, George, o quienquiera que se ponga a husmear, habrá peligro, pero no os preocupéis. Eso es algo nimio para una vidente como Madame Blanche Tyler.
El secuestro siempre ha sido un buen negocio. Y más aún cuando las pistas que se dejan son mínimas. No vale con ser un joyero de buena posición. Hay que amasar más dinero de toda esa gente que se las da de querer hacer un bien público y, en realidad, son bastante cínicos. ¿Y qué es el secuestro sino una forma de cinismo con muchos ceros? La pista se pierde y un diamante del tamaño de un dedo gordo bien vale un poco de luz. Es como el entretenimiento con alguna que otra nota de humor que se saca de la manga un director que se hallaba ya al final de su carrera y que el cine había dejado de divertirle. Ya no era ese genio creador de turbadoras historias inquietantes. El tiempo realizó su función y le convirtió en un anciano deseoso de no dejar de sonreír, intacto en su técnica y leve en su construcción. Y aquí, ese anciano llamado Hitchcock no es Hitchcock…pero aún es Hitchcock.
Y es que los secretos se guardan detrás de las paredes, y el engaño se instala con tanta convicción que hay tragaderas para buscar a un espíritu en la cocina. Quizá haya un cabo o dos que estén sueltos, pero lo importante es acabar sintiendo simpatía por esa pareja de pícaros compuesta por la vidente y el taxista y alegrarse por el castigo que reciben el joyero y su cómplice. No hay palabras. Ni siquiera explicaciones. Sólo un guiño al espectador para confirmar que todo es una broma de cierta gracia. Con lápidas nuevas, con lápidas viejas, con malvados al borde de pasarse al lado más oscuro e ingenuos timadores que sólo buscan un golpe de suerte para dejar de ver lo que no ven y contar mentiras que, en realidad, son investigaciones. El detective privado transformado en médium. Las cosas que hay que ver. O las que no. ¿Quién sabe? Fue el último adiós de un genio del cine que parecía susurrarnos al oído que estuvo encantado de conocernos y que fue todo un placer.

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