No deja de ser extraño
que un policía también sea escritor y, además, de éxito. Tal vez por eso es la
elección perfecta por parte de un sicario y asesino profesional para que le dé
forma a un contrato que, en su día, tuvo que realizar. Al fin y al cabo, ese
encargo reportó una fortuna al cliente y, para un tipo caído en desgracia, es
una venganza que tiene visos de refinamiento. El primer problema de todos es
acercarse al policía y convencerle. El segundo, y aún más difícil de solventar,
es que habrá gente que no querrá bajo ningún concepto que ese libro vea la luz.
El sicario es frío, metódico, calculador y el policía es un hombre que,
básicamente, busca la verdad. Tanto detrás de la placa como de la pluma. Y, a
veces, ambas tendencias chocan como dos trenes. La intensidad preside sus
relaciones e, incluso, parece que las armas se revuelven inquietas en la
sobaquera.
Y ese asesino
profesional está muy lejos de la idea que podamos tener de cualquiera dedicado
a su oficio. Él sólo quiere una venganza que deje con dos palmos de narices al
tipo porque, en parte, ya se ha cansado de matar y, por otra, no se han portado
nada bien con él. La historia, lejos de ser la típica sobre parejas improbables
en busca de justicia, no deja un momento de respiro. No hay humor, ni momentos
de complicidad entre los dos individuos. El policía es una roca incólume. El
sicario es un tipo al borde de la psicopatía, pero indudablemente elegante. Sin
embargo, ambos se necesitan. Y tendrán que viajar por todo el país para encontrar
los rastros de unos crímenes que fueron cometidos por el último. Quizá así se
salga un poco de la falta de inspiración que los padecen.
No es una gran
película, pero sí es notable. El trabajo de James Woods en el papel del asesino
profesional es sobresaliente, con una de las mejores interpretaciones de toda
su carrera. El de Brian Dennehy como el autor con placa es eficaz y sólido. Hay
un elemento que sí que lastra todo el metraje y es la inadecuada y ya muy
trasnochada banda sonora de Jay Ferguson, basada en el empleo de un
sintetizador que estaba muy de moda en los años ochenta. No obstante, más allá
de una estupenda historia de acción y venganza, también hay una mirada hacia la
lujuria del beneficio fácil, insaciable y criminal, que rodea de sospechas a
cualquiera que tenga siete cifras en su cuenta corriente. Por otro lado, es muy
previsible el malvado que interpreta Paul Shenar y eso puede dar una sensación
de que todo está más que superado.
Escribir es una
aventura. Y matar es el fin de todas ellas. Habrá que situarse entre la calma
de un tipo que parecía tener una mira telescópica entre los ojos y la ira de un
hombre que defiende la ley también cuando escribe. Y no es fácil llegar a un
equilibrio para que todo este embrollo llegue a gustar.
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