viernes, 19 de junio de 2020

LA SOMBRA DEL TESTIGO (1987), de Ridley Scott



La amenaza puede ser un vínculo entre protector y víctima. El amor tiene algunos caprichos difíciles de entender y es posible que cambie de escenario. De la normalidad a la elegancia. De la rutina a la novedad. Ella tiene ese encanto que muy pocos se atreven a conocer. Él está en fase ascendente y, tal vez, tenga conciencia de que el romance, en esta ocasión, es muy, muy peligroso. Volver a esta película es como visitar a un viejo amigo al que hace tiempo que no se veía. Y recuerdas sensaciones mientras te mueves con ese policía y con esa mujer de la alta sociedad. La muerte anda acechando tratando también de hacer una nueva conquista. Todo se confabula para volver a una época de luces neblinosas y colores ambarinos y el clasicismo asoma la cabeza para ver si va todo bien. Sí, sigue todo perfecto.
Rara vez se asiste a una historia que reúne tantos sentimientos encontrados mientras se ve. A veces, es posible que se crea que es sólo una exhibición de lujo y de estilo, como algunos anuncios de colonia de los ochenta. En otras, nos podemos dar cuenta de que, en realidad, es una historia de amor apasionada e imposible. Y aún otras, preferimos mantenernos en la idea de que es un policiaco bien hecho, con un elemento melodramático y con la sensación de que tarde o temprano surgirá el inevitable enfrentamiento con los villanos. En cualquier caso, la sensación de haber visto algo realmente bueno se mezcla con la certeza de una descripción de ambientes por parte del director Ridley Scott que puede estar a la altura de otras obras mejor consideradas. Y es que no cabe duda de que entremezclar la amenaza con la pasión es una confusión de identidades muy atractiva.
Nueva York se alza como un personaje más. Oscuro y atemorizador, entre sus rascacielos y su asfalto se halla la maldad. Sin estridencias ni falsedades, latente, como un personaje más de la urbe y que, en esta ocasión, se fija en una mujer que ve lo que no debe, se enamora de quien no debe y trata desesperadamente de hacer lo que debe. La contención es la clave y Tom Berenger, Mimi Rogers y Lorraine Bracco se sumergen en el juego de miradas y silencios, de engaños y obligaciones. La atmósfera huele a sangre salpicando moquetas y, en cualquier momento, un beso puede dar paso a una bala y entonces toda la magia desaparecerá y surgirá de nuevo un mundo de venganza y de ruido. Sólo se necesita esperar algo que, por otra parte, sabes que sucederá. Como el romance entre un hombre y una mujer que sólo necesitan encontrarse para encender la llama de su interior más allá de sus respectivos ambientes. Y aún así, es necesario volverse porque todos tenemos un pasado, una vida y una experiencia.

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