miércoles, 24 de junio de 2020

JORNADA DESESPERADA (1942), de Raoul Walsh



Estamos ante la historia de una huida. Eso es todo. No hay mucho más que contar salvo la certeza de que no hay un momento de respiro. Unos aviadores caen derribados y son hechos prisioneros. Con la moral como arma, deciden fugarse sin túneles, ni trampas. A pelo. Se inicia la persecución. Estos chicos van corriendo por toda Alemania como liebres, con toda la Gestapo y la Wehrmacht detrás. Y los ponen en jaque con imaginación y con anticipación. Corren, saltan, sufren, disparan, ahogan, siguen y no se detienen. No cuentan con mucha ayuda e, incluso, cuando la tienen, es toda una traición. La desesperación va con el día y con la noche y necesitan mantener la sonrisa bien engrasada para que tengan energías para la siguiente fuga en plena oscuridad, o para el próximo enfrentamiento a la luz de las balas. De acuerdo, la precipitación hace estragos y más vale pensarse las cosas dos veces antes de lanzarse contra los uniformes grises. De paso, habría que comprobar si aún queda esperanza en el mundo. Sin mirar atrás, con los verdes prados de Holanda esperando la huida definitiva. Les van a dar por perdidos, pero eso sólo obedece a una débil razón. Y es que no saben la cantidad de recursos que pueden tener. Heridos o no. Hambrientos o no. Ofensivos o no. Cada cosa a su tiempo y con la angustia de sentir el aliento de los boches por detrás.
Raoul Walsh dio, una vez más, toda una lección al agarrar por el cuello esta historia sin más dramatización que una evasión continua y rellenarla de auténtica acción imparable, trepidante, sin dar respiro alguno. Sólo el humor otorga algún ligero descanso mientras se suceden las miradas cómplices, los recursos variados, las valentías sobradas y las bromas del encierro. Errol Flynn remata, de nuevo, su papel de héroe al lado de alguien tan dramáticamente limitado como Ronald Reagan y, con la colaboración de Alan Hale, inolvidable Pequeño Juan de Robin de los Bosques, llega a no tener ninguna importancia. No es posible parar. Los nazis vienen pisando las botas y hay que salir de aquí cuanto antes.
Así que agárranse los cinturones. Técnicamente hay mucha falta, argumentalmente apenas se encuentra nada, pero se pasa un rato tan estupendo que se perdona cualquier cosa en aras de que estos tipos sigan huyendo en busca de un avión que les saque de la influencia de las hordas del diablo. La jornada va a ser muy desesperada tratando de alcanzar la libertad y nadie debería perdérselo.

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