¿Qué expresión se nos
quedaría en el rostro cuando un extraño se presenta e intenta convencernos de
que nuestra hija es la reencarnación de la suya? Evidentemente le tomaríamos
por loco. Un hombre desequilibrado que se precipitó por los abismos más rocosos
de la locura al perder a su niña y, también, a su esposa. O, en el peor de los
casos, un perturbado mental que trata de invadir la aparente vida perfecta de
una familia que se quiere y a la que las cosas le van bien. Sin embargo, ese
hombre no se comporta como un loco. Parece razonar, su mirada es serena, su
expresión es amable. Para mentes de educación tradicional, es imposible creer
que la reencarnación existe y, menos aún, que sea tan evidente para alguien. Y
entonces es posible que llegue a crearse un ambiente enrarecido, cercano al
horror, porque se están manejando conceptos que son un auténtico misterio. Ese
horror no es el habitual. No son sustos, ni efectos complicados, ni ruidos
extraños. Es un horror de atmósfera, de tensión palpada en el ambiente, de
circunstancias que convergen en un punto más allá del entendimiento y de la
lógica. Lo sobrenatural siempre causa miedo y, si la situación llega a
determinados límites, se pasa al pánico. Sobre todo cuando se comienza a
comprobar que la hija del matrimonio tiene un comportamiento errático. ¿Podría
ser cierta la existencia de la reencarnación?
Se abre una grieta en
el matrimonio porque, si es verdad que existe, entonces su hija puede no ser su
hija. La aparente felicidad se esfuma y el drama familiar estalla. Casi es
preferible creer en la reencarnación que admitir que Ivy necesita tratamiento
psiquiátrico y ambas posibilidades pueden significar la pérdida de la niña. Ivy
puede ser Audrey Rose, pero también puede ser Ivy. El fantasma de la regresión
se cierne sobre su mente inocente. Los gritos se suceden. Y todo se reduce a
una mera búsqueda que tiene un final que acaba por ser imposible.
El trío protagonista,
Anthony Hopkins, Marsha Mason y John Beck, realizan un estupendo trabajo a las
órdenes de Robert Wise. Sin embargo, la película es algo irregular. Es una
historia que hace que el espectador mantenga los puños apretados sin llegar al
miedo habitual y eso es algo que necesita ritmo. En este caso, a veces, decae.
No obstante, llega a plantar la semilla de la inquietud en el público porque
todos queremos que la misma historia nos dé una solución a la incertidumbre de
la vida más allá de la muerte. Y no lo hace. Tal vez porque nadie tiene la
respuesta y la tenemos que averiguar por nosotros mismos. O quizá sea porque el
guión no sabía por dónde salir. O, incluso, porque el final es sólo eso. Un
final. Un término. Una certeza de que no hay más y de que las almas descansan
en paz.
2 comentarios:
Buenísimo ¿De qué año es?
1977. Estéticamente aún arrastra algo de esa época y eso perjudica su consideración. Ver a Hopkins siempre es edificante,eso sí.
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