martes, 9 de junio de 2020

LA ÚLTIMA LOCURA (1976), de Mel Brooks


Una película muda para decir que se quiere hacer una película muda. Mel Brooks era así. Y aquello parecía una locura a mediados de los setenta. Además, el gancho de taquilla estaba asegurado porque da igual que la película no tenga diálogos, lo importante es que esté llena de estrellas por arriba y por abajo, a lo ancho y a lo largo. Por otro lado, así funciona Hollywood. No hay ningún interés por el proyecto a no ser que vengas con unos cuantos contratos de primera línea bajo el brazo. Y da igual si es muda o no. La osadía de Mel Brooks al hacer una película muda, comedia que llega a ser todo un homenaje a los grandes cómicos de la era silente del cine, era tremenda.
Así que ahí tenemos a unos cuantos amigos bastante estrafalarios que tratan de contratar a un puñado de estrellas para que paseen su palmito por una película que no va a tener sonido. De hecho, la única palabra que se pronuncia en todo el metraje es “NO” y la dice un mimo. Y así vamos de famoso en famoso intentando que firmen esta locura de película (curiosamente no hace mucho tiempo triunfó una película muda que también hablaba sobre el cine, The artist, se ve que el cine no puede estar callado si no habla de sí mismo) así que los episodios tienen nombre de estrella. Por delante de la comedia hilarante pasan James Caan, Liza Minnelli, Burt Reynolds, Paul Newman, Marcel Marceau y Anne Bancroft y llevando la pluma y el papel están el propio Mel Brooks, Dom deLuise y Marty Feldman. Por ahí andan también Sid Caesar y Bernadette Peters y todo, claro, es por una buena causa, porque hay que salvar a los viejos estudios que fabricaron los primeros sueños. El resultado, no se puede negar, es gracioso, con estos tres pícaros extravagantes tratando de sacar una firma de un puñado de estrellas para que se arriesguen con ellos en el proyecto más grotesco que se podía parir en el Hollywood más ultracomercial. Las carcajadas se suceden, las situaciones recuerdan a otros tiempos de imagen raída y en blanco y negro, los invitados no dudan en reírse de sí mismos y todo pasa por ser un enorme teatro de egoísmos e intereses ridiculizados con conocimiento de causa.
Así que no cambien de canal ni vuelvan la cabeza cuando vean una película muda. Ahí están los cimientos de todo lo que vino después y, de hecho, parte de lo que vino después también fue mudo…y gracioso…y bien hecho, por mucho que la narrativa sea a base de episodios y escenificando unos cuantos chistes sin más acompañamiento que la música. El cine merece un silencio respetuoso y Brooks, sin caérsele la risa, realizó todo un homenaje en color a una época que podría haber ocurrido mucho, mucho después.

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