Cuando la sinrazón
llega a la cima, es necesario utilizar la imaginación. Quizá haya que recurrir
a lo que nadie ha hecho antes, o sea imperativo tirar de valor, o sea
obligatorio unir fuerzas para derrotar a los fanáticos. El caso es que siempre
hay muchas vidas en juego y la pérdida en vidas humanas no es cuantificable.
Ninguna forma de terrorismo es válida, ni tiene justificación, así que hay que
combatirlo con todas las armas que se tengan más a mano. Un prototipo de avión,
unas abrazaderas, un ordenador, unas cámaras, unas inteligencias remando en la
misma dirección, un plan bien pensado, un análisis certero e, incluso, una
pajita de plástico que resulta vital. Todo vale a diez mil metros de altura y
la tensión está ahí, en los mismos pasillos de la nave, en la sala de aviónica,
en la bodega de equipajes. Complicidad. Causa. Efecto.
No es fácil actuar con
la precisión de un reloj cuando el sudor cae con sus gotas abriéndose paso en
la piel. Hay que actuar con orden. Primero, lo urgente. Segundo, la solución.
Si no, plan B. El avión sigue su marcha inexorable con su cargamento mortal y
las alas bien llenas de fanatismo. Y se está dispuesto a todo para que no
llegue a su destino, incluso al derribo por parte de la fuerza aérea. Hay
muchos problemas que deben ser solventados. La falta de comunicación, la lesión
vertebral de un miembro del equipo de rescate, la aparente docilidad de un
ingeniero, la destreza y osadía de todos los que quedan, el pánico de los
pasajeros. El reloj corre. La maquinaria sigue. La trampa se activa. Los
disparos se suceden. Hay muertos. Y la decisión crítica ha tenido que tomarse
en el último segundo. No hay más salida que llegar con seguridad o no llegar.
A pesar de ser un
producto eminentemente comercial y de contar en el reparto con una presencia
tan poco fiable como Steven Seagal, que, afortunadamente, tiene pocas
oportunidades para lucirse, Decisión
crítica es una estupenda película de acción, bien hilvanada, resuelta con
convicción, con un ritmo endiablado y perfecto, con tensión en todas las
escenas porque está pasando algo continuamente. No hace falta encontrar más. Es
entretenimiento en su mejor estado y el suspense navega por el aire como un
avión con una bomba biológica a bordo. En sus escalas, encontraremos personajes
definidos con cierta destreza, motivaciones que bordean el odio ciego y
profundo, momentos de dientes apretados y gesto contraído y una estupenda
dirección a cargo de Stuart Baird, un experto montador, responsable de la
edición en películas como La profecía,
de Richard Donner, o Atmósfera cero,
de Peter Hyams que, en esta ocasión, se pasó detrás de la cámara para llevar a
cabo un ejercicio de intriga que, sin pretenderlo, está muy cerca de la
perfección. Y es que no es fácil mantener a tantos personajes alerta en una
situación de encierro con un avión volando, jugar al escondite con unos
terroristas, desactivar una bomba y que la nave llegue sana y salva.
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