Bertrand Tavernier fue
un cineasta que surgió como consecuencia directa de la nouvelle vague. Su concepción del cine era muy parecida a la de
esos jóvenes que revolucionaron el cine mundial y la aplicó a conciencia, mezclada
con una cinefilia recalcitrante que utilizó en todo momento para llenar sus
películas de homenajes, referencias y testimonios de amor al cine más clásico,
sin dejar nunca de exponer sus propias ideas y obsesiones. Fue especial y
catedrático. Fue verdadero y extraordinario.
De joven, prefirió
dedicarse a escribir críticas que a estudiar Derecho, así que, tal y como
ocurrió con sus mayores, el salto a la dirección era sólo cuestión de tiempo.
Lo hizo con El relojero de Saint Paul
basándose en una novela de Georges Simenon sobre un relojero que descubre que
su hijo es un asesino y trata de entender los motivos antes de emitir un juicio
sobre él. Es verdad que es una película que delata, de alguna manera, que
Tavernier aún no domina los resortes básicos de la narrativa, pero también es
cierto que descubre a un cineasta que trata de sugerir más que mostrar, que
invita al espectador a implicarse en la historia e intentar, con apenas dos
trazos, esbozar el camino a seguir. Eso es algo que confirma en otra película
en la que tampoco ha madurado lo suficiente como es El juez y el asesino, en la que pone en juego las manipulaciones de
un juez que se plantea seriamente si llevar el caso de un asesino en serie
puede perjudicar su carrera.
Sin embargo, Tavernier
estaba a punto de entrar en la parte más brillante de su carrera. Una vez
hechas unas cuantas películas que, sin duda, son de aprendizaje aunque
podríamos añadir el adjetivo de ambicioso, nos sorprende con una película
impresionante como es La muerte en directo,
con una maravillosa Romy Schneider desnudando todas sus inquietudes como mujer
y como actriz en ese futuro distópico en el que un reality-show se empeña en mostrar la agonía de enfermos terminales
en un mundo en el que es muy raro morir de una enfermedad. Con la ayuda de
actores americanos como Harvey Keitel y Harry Dean Stanton, Tavernier articula
una película admonitoria, terrible, impía y, al mismo tiempo, poética en su
oscuridad.
Al año siguiente, otra
obra maestra. Coup de Torchon,
adaptación de la novela negra de Jim Thompson 1280 almas trasladando la
acción al África colonial francesa, nos descubre a un Tavernier que se pone el
sombrero de ala ancha en un escenario de pobreza y miseria en el que se mueve
la corrupción y el asesinato a través del tremendo personaje que compone
Philippe Noiret.
Con la inspiración en
marcha, Tavernier pone en pie la delicadísima y maravillosa Un domingo en el campo, agradable paseo
por la campiña francesa de la mano de un viejo pintor que pasa un feliz domingo
porque su familia viene a verle. A través de esas horas compartidas,
descubrimos que su hija soltera, en realidad, es una activista de bravura y
razón y que, sin duda, es una despedida de la vida y, también, de una época.
Alrededor
de la medianoche puede ser, quizá, una de las obras
máximas de Bertrand Tavernier. Todos los amantes del jazz caminan por las
calles del Paris más bohemio para tocar una última vez en el Blue Note porque, siempre que se ve esta
película, es como si se tocara una melodía por primera vez al lado de este
viejo saxofonista que también interpreta con su voz ese lamento de que tal vez
pueda vivir lo suficiente como para ver una avenida con el nombre de Charlie
Parker, un parque dedicado a Lester Young o una plaza a Duke Ellington. O,
incluso, una calle para Dale Turner.
Después de ese notable
estudio sobre el pasado que es La vida y
nada más, o de ese acercamiento a la delincuencia juvenil inteligentísimo a
través de los ojos de un policía en Ley
627, Tavernier se atreve a revisitar los mitos de la literatura francesa
con La hija de D´Artagnan con uno de
los mejores papeles de Sophie Marceu y la sabiduría de Philippe Noiret en la
piel del mítico mosquetero. Sin embargo, Tavernier vuelve a dar un aldabonazo
de impresionante talento con Capitán Conan,
historia de unos de esos guerreros de primerísima línea en la Primera Guerra
Mundial que, después de dar hasta la piedad por su país, es olvidado por él,
como un trasto inútil que no sirvió para nada. Con escenas de acción llenas de
dinamismo y violencia, este puñado de sanguinarios soldados de daga y
estrangulamiento también nos enseñan que el heroísmo no está siempre recubierto
de gloria.
Hoy
empieza todo es el testimonio de amor de Bertrand
Tavernier hacia la docencia. La figura de un profesor de primaria implicado en
las dificultades de las familias que le rodean al pertenecer en una zona de
depresión económica no hace más que levantar un sentimiento de admiración por
una profesión ingrata, terriblemente vilipendiada e increíblemente heroica. El
profesor Daniel Lefebvre, interpretado maravillosamente por Philippe Torreton
(también protagonista de Capitán Conan),
lleva parte de todos los que nos hemos puesto de cara a una pizarra alguna vez.
A partir de esta
película, Tavernier comienza a espaciar sus proyectos aunque aún nos deja una
incursión en el cine americano como es la extraña e hipnótica En el centro de la tormenta, basada en
una de las novelas de James Lee Burke con su carismático protagonista, el
detective Dave Robicheaux, interpretado en esta ocasión por Tommy Lee Jones.
Enfangado en los pantanos de Nueva Orléans, la película aún nos fascina en sus
ambientes y en sus elementos que, prácticamente, hacen recordar al realismo
mágico. Una excelente película.
En los últimos años,
Bertrand Tavernier se entregó a su labor como documentalista realizando, bajo
el título genérico de Viaje a través del
cine francés, todo un repaso a las películas de su juventud, al nacimiento
de su pasión cinéfila y a su entrega a un arte que, a partir de ahora, le va a
echar mucho de menos.
Bertrand Tavernier ha sido uno de esos directores capaces de arrancarnos lágrimas, provocarnos sonrisas, dibujarnos horrores y otorgarnos tranquilidades. La deuda con él por parte de cualquiera que ame realmente el cine es impagable.
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