Demasiados
machos. Lo mejor es elaborar una venganza en condiciones para que saboreen que
se ahogan en su propia arrogancia falocrática. En el fondo, todos ellos guardan
muchas frustraciones que tratan de superar aprovechándose de la situación. Y
ahí está la joven prometedora que pone las cosas en su sitio y les hace ver que
son unos seres patéticos y peligrosos, que tratan de impresionar con las
maneras de niño bueno, o con un aire intelectualoide que dan ganas de colgarlos
en la verga mayor. Todos caen en la trampa. Es tentador de más aprovecharse de
una situación que no merecen y a la que no tienen ningún derecho.
Y es desmoralizador ver
cómo tratan de ser algo más haciendo lo que les hace totalmente de menos. Más que
nada porque no hay ni uno que se salve. La joven prometedora ha desarrollado
una sociopatía de caballo y con razón porque las experiencias son traumáticas,
la pérdida de fe en el hombre en sí mismo está justificada. E incluso en quien
no es hombre. Sólo se perdona a quien muestra algo de arrepentimiento por algo
que pasó y que aún no ha cerrado las profundas cicatrices. En esos actos
absolutamente reprochables y deleznables no sólo hay un forzado deseo de
doblegar voluntades, sino, también, un desprecio hacia la mujer que llega al
asco. Y se van a encontrar con la horma de su zapato.
También hay otras
personas que pecaron con el silencio, o con la indiferencia. Basta arrastrar
una deslenguada fama para que la verdad se distorsione y el mundo de promesas se
convierte en un infierno de mentiras. El precio a pagar es muy alto y, sobre
todo, muy humillante. Y la venganza debe saborearse debidamente servida de un
bufé muy frío. Tanto es así que, cuando se trata de superar ese odio visceral,
el pasado y el presente parece que se alían y recuerdan todo lo que no se puede
dejar atrás. Ya no hay nada que perder. Sólo la capacidad para darse cuenta de
que, tal vez y de forma muy rara, la inteligencia sí que puede ser útil.
Carey Mulligan es mejor
actriz cuando sugiere y sonríe sin sonreír. Y aquí está eminente, con una
capacidad para contarlo todo sin decir nada que llega al escalofrío. La
dirección de Emerald Fennel es sobria, salvo en una secuencia que no era en
absoluto necesaria, pero es de justicia reconocer que el guión tiene ideas muy
apreciables, sumergiendo al espectador en la angustia de la protagonista y, por
supuesto, en sus océanos de mala baba que llegan a ser tremendamente
disfrutables. El resultado es una película en la que uno se da cuenta de que, en
efecto, la mujer es mucho más lista, mucho más paciente, mucho más sincera y
mucho más compleja, en el mejor sentido de la palabra. Algo que, de todas
formas, los hombres desprovistos de arrogancia y superioridad, ya tenían
asumido hace bastante tiempo.
Así que sólo vale ponerse al lado de esta joven que siempre tiene la trampa preparada y que se convierte en una cazadora de abundantes estúpidos, que, sin duda, los hay y pululan con total libertad por las calles nocturnas. La tontería se ha instalado tanto en el entorno que ya resulta difícil identificarla y ésa sí que no tiene sexo. Las que callan y otorgan, los que actúan y desbarran, los que tapan sus delitos con auras rechazables de respetabilidad también son culpables y deberían de pagar con la afilada ironía de quien realmente es superior. Sin aspavientos. Sin eslóganes facilones. Sólo dando machete al que verdaderamente se cree macho y, sin dejar de sorprender, ni siquiera es consciente de ello.
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