martes, 20 de abril de 2021

LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL EDÉN (1992), de John McTiernan

 

En ocasiones, los científicos olvidan que hay un buen puñado de cosas importantes además de la que, por supuesto, es el objeto de sus investigaciones. El aislamiento al que tienden se puede acentuar aún más por un entorno virgen, paraíso natural, que esconde a unos cuantos indígenas que aún se rigen por las reglas de la inocencia, un par de hormigueros valiosos y la seguridad de que el hombre blanco llegará pronto para llevárselo todo. Aún así, el profesor Campbell ha pedido un ayudante. A ser posible hombre, dispuesto a soportar las incomodidades de la lluvia y el calor en ese imposible lugar que parecía inalcanzable para la ambición humana. En lugar de un hombre, aparece una mujer y el profesor Campbell se siente incómodo. Sin embargo, ese es un sentimiento que no puede permitirse el lujo de experimentar cuando se trata de saber cuál es el elemento que falta para fabricar una vacuna contra el cáncer. Sí, porque el Edén tiene tantos misterios que, a menudo, no se sabe lo que se echa a una probeta.

Hay que traducirlo todo, saber cuál es la cantidad exacta, identificar los componentes, pasarlo por el cromatógrafo. Y la casualidad, esa amiga de la ciencia, es una protagonista en la investigación. Los días, allí en las tierras vírgenes, son distintos e, incluso, también existen las rivalidades casi supersticiosas para pugnar por el primer lugar en los milagros. La mezcla se consiguió y, sin embargo, se perdió. Un componente, casi fantasmagórico, que se escapa una y otra vez y nadie cae en la cuenta de que está allí cerca, muy cerca, casi ofreciéndose, casi imperceptible, pero evidente. Cada avance en el progreso de la Humanidad se halla a un paso de la pertinente casualidad.

John McTiernan da muestras, una vez más, del gran director que era y maneja a Sean Connery y Lorraine Bracco haciendo de ellos unos personajes atractivos y salvajes, a un paso de lo incivilizado y del razonamiento, en delicado equilibrio para lanzar y mantenerse en el mensaje ecológico de la destrucción gratuita para hacer carreteras, o urbanizaciones, o alcantarillados por los que se desaguan gran parte de la vida de nuestro planeta. La película es toda una aventura del saber y de la supervivencia, llevada con ligereza para no cansar con su mensaje importantísimo y funciona porque, ante todo y sobre todo, guarda un profundo e intenso respeto por aquellos que viven allí donde la mano del hombre no tardará en llegar.

Así que, aunque intentemos golpear con fuerza unas cuantas bolas de golf desde un tie  de salida imposible, es hora de concienciarnos un poco de que no tenemos otro hogar al que huir y que deberíamos cuidarlo como si fuera nuestra propia casa. Con todos sus defectos y virtudes, salvaguardando la belleza inmensa que conserva entre sus rincones redondos de verde, vegetación, fauna y variedad humana. Posiblemente ahí es donde empiezan todos los remedios posibles. Incluso aquellos que parecen totalmente inalcanzables por culpa de una enfermedad que se lleva a la gente sin ninguna piedad, igual que el hombre en plena selva.

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