Ruby
es una chica que, cuando canta, saca y remueve todo lo que se almacena en su
interior y que, de alguna manera, a través de la música, consigue elevarse por
encima de una vida que la obliga a mantener un determinado papel. Ella es una
nota dentro del pentagrama y quiere sonar en clave de mi y no en la clave en la
que las circunstancias mandan. Al fin y al cabo, es la única persona que oye y
habla en una familia de sordomudos y ella ha sido el enlace de todos con el
mundo exterior.
Así, pues, quiere
formar parte de un coro. Y tiene una voz que parece de ángel porque modula con
sentimiento, tiene sentido de la vibración de la voz en el soul, hace que todo parezca diferente para quien tiene el
privilegio de escucharla. Sólo sus padres y su hermano no la escuchan. Son
pescadores, están acostumbrados a sufrir y a trabajar muy duro y el único
futuro que ofrecen a Ruby es sufrir y trabajar como ellos. Y Ruby merece algo
más porque parece que la música se enamora de ella, es algo natural, químico,
sentimental y único. Sus tonalidades son codas que deberían repetirse. Su
técnica, aprendida poco a poco, se descubre como casi perfecta porque tiene
cualidades para ello. Y la vida, cicatera y terca, se empeña en condenarla a
llenar contenedores de pescado, venderlo en la lonja, salir muy temprano y
decir siempre que no.
Emily Jones, en la piel
de Ruby, se descubre como una excelente actriz y cantante, atractiva en todas
sus actitudes, a pesar de ser sólo una adolescente que, a cada día, tiene más claro
lo que quiere ser. No deja de amar a su familia porque también son divertidos,
escandalosos, algo rebeldes con toda esa gente que, desde siempre, se han
obstinado en señalarles y dejarlos en un aparte. Sus gestos dicen tanto como
sus diálogos. Su forma de decir las melodías parecen notas caídas del cielo. Es
alguien que merece su propia clave, de su invención, de su arrolladora
personalidad. Y si alguien no la escucha, sólo tiene que ver las caras de los
demás cuando sus notas penetran en sus oídos. Ella rompe con el silencio, al
que conoce demasiado bien, y llena de color la existencia. Entre otras cosas,
porque siempre ha tenido amor a su alrededor. Y quiere aprovechar esa última
oportunidad que muy pocos tienen.
Sian Heder, la
directora, realiza un espléndido trabajo para conjugar en una sola historia la
familia, la música y los sueños, llegando a emocionar en algunos de sus pasajes
sin acudir a la espectacularidad o a la lágrima fácil. Basándose algo
lejanamente en La familia Belier, de
Eric Lartigau, Heder articula un drama en el que es inevitable removerse al son
de algunas canciones, al corte del aire de algunos gestos, a la emoción de
algunas palabras. El resultado es una película muy notable, que no decae en
ningún momento, con interés, con inquietudes de adolescente y certezas de
madurez, con días interminables que comienzan a las tres de la mañana y que se
convierten en verdaderos campos de batalla para vencer al sueño, a las
convenciones, a la vehemencia del profesor de turno, a la experiencia de unos
padres que han sufrido los apuntes de demasiados dedos en su dirección. Al fin
y al cabo, por alguna razón que linda con la estupidez, muchos han creído que
no tener la capacidad de oír y de hablar disminuye la inteligencia de las
personas. Puede ser, incluso, al revés.
Sin miedo, agarren la partitura que les ofrecen en esta historia. Traten de sacar lo mejor para que la música realice, en su plenitud, su objetivo de ensanchar el espíritu y hacer del mundo un lugar algo más bonito para todos. Hablen, callen, vean, escuchen o silencien. Todos, absolutamente todos, tenemos una melodía que nos sale del corazón y que guía nuestros torpes movimientos con el fin de lograr un mañana que sea algo mejor.
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