Un rey debe tener un
heredero. Y Catalina de Aragón ha tenido la mala suerte de dar a luz a dos
niñas. Inaceptable. El imperio británico se tambalea porque los años pasan y el
rey Enrique VIII no consigue tener descendencia válida. Fuerza el divorcio con
Catalina y se casa con Ana Bolena. Ella es tan hermosa que es difícil imaginar
que Inglaterra sea fea. Sin embargo, Ana también se queda embarazada de una
niña. Será una niña muy especial, es cierto, pero es una niña al fin y al cabo.
Enrique ya no sabe hacia dónde mirar, quizá otra mujer, quizá un bastardo, algo
que proporcione esperanza a un reino que espera con ansia la buena noticia de
un heredero. Ana Bolena será reina de los ingleses durante mil días y acabará
con su cabeza en una cesta, pero, mientras tanto, se asegurará de que la única
heredera sea su hija Isabel.
Quizá esta sea la
historia de una reina que tuvo que ir al encuentro de su destino porque la
naturaleza no quiso ser benevolente. Todo hubiera cambiado si Ana Bolena hubiera
dado a luz a un varón, pero no fue así. Su belleza inaccesible, inmarchitable y
única para la época la condenó también al cadalso porque era blanco de miradas
envidiosas. Enrique VIII estaba perdidamente enamorado de ella e hizo todo lo
posible para que todo saliera como estaba planeado. Repudió a su primera
esposa, se enfrentó con Thomas More por la escisión de la iglesia para obtener
el divorcio y casarse con Ana, sufrió porque no había niño y sintió, bajo el
yugo de la Historia, que había fracasado como hombre y como rey entregándose a
una vida que no tuvo demasiado sentido. Por supuesto, detrás de todo el
intento, se mueven las ágiles tramas políticas que tratan de manipular la
situación, sacar provecho, debilitar o fortalecer al rey, acabar con su mujer,
medir el poder. Lo cierto es que Ana Bolena fue una heroína de su tiempo, con
tremendas virtudes éticas, una convencida creencia en lo correcto y un marcado
carácter que permitió que una mujer se aupara al trono de Inglaterra.
Producida con auténtico
lujo, sosegada dirección y clara narrativa, la mejor virtud de Ana de los mil días se halla en su
reparto, acertado y sobrio, encabezado por Richard Burton en una de las mejores
interpretaciones de su carrera, Genevieve Bujold ofreciendo un físico delicado
y una decidida personalidad, Irene Papas, siempre segura e inteligente, en la
piel de Catalina de Aragón; Anthony Quayle como el intrigante Cardenal Wolsey;
John Colicos como Thomas Cromwell y William Squire como Thomas More, una
historia en la que, por supuesto, la película no se detiene demasiado al estar
ya contada de forma espléndida por Fred Zinnemann en la excelente Un hombre para la eternidad.
Y es que, a pesar del esplendor que luce una corte imperial, en difícil comparación con cualquier otra, unas sombras se alzan imponiendo el miedo de un reino en descomposición, amenazado por sus múltiples enemigos que no dudarán en atacarlo de frente si existe un vacío de poder. La angustia de Enrique fue vencida por la extraordinaria capacidad de Ana Bolena. Y así es como se escribe la Historia.
2 comentarios:
Si te apetece leer la historia novelada, me pareció buena Una reina en el estrado, (Bring up the bodies) de Hilary Mantel. De esta película tengo buenos aunque muy lejanos recuerdos. Saludos
Pues muy buen aporte. Muchas gracias y saludos.
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