viernes, 11 de febrero de 2022

LOS OJOS DE TAMMY FAYE (2021), de Michael Showalter

 

Crear una iglesia de la nada, simplemente con el entusiasmo y el imprescindible apoyo de una cadena de televisión, es una tarea reservada únicamente para aquellos que se han dejado la moral en alguna página de la Biblia. Hallar unas fórmulas ingeniosas para captar adeptos entran dentro de lo que se podría llamar comunicación. Denominar a las donaciones con el término de “plegarias” comienza a ser un atraco a mano armada. Y, sin ningún rubor, a todos los que se atreven a colaborar económicamente se les da la condición de “socios”.

Y aquí tenemos a Tammy Faye, una chica tan ingenua como lista, que suelta frases que son pura dinamita dentro de las mentes crédulas de aquellos que buscan a Dios dentro del rectángulo televisivo. Todo es mentira, por mucho que esté relleno de entusiasmo. Y Tammy Faye, su marido y los que les rodean aún son capaces de creer que están guiados por la mano de Dios. Dios te ama, ya lo sabes. Pero te ama un poco más si tienes dinero en el bolsillo.

El espectáculo crece y las audiencias mandan. El mercado de la fe se desboca en esa especie de canal de la inspiración que han creado para jugar con las creencias de todos los incautos que se acerquen. Por supuesto, el negocio da paso al lujo y se comienza a gastar de más y hacer unas pocas obras de caridad menos. La mano siempre está abierta para recibir ceros y la sonrisita tonta da lugar al cosmético permanente, a la imagen de plástico prefabricada, a la canción inspiradora que apela directamente al espíritu. Tammy Faye se sumerge en los placeres de la vida porque ya se sabe. Dios te ama. Pero te ama un poco más si vives mejor.

Con la sombra alargada de El fuego y la palabra, de Richard Brooks, aunque se parezca poco en fondo y forma a ésta, Los ojos de Tammy Faye cuenta con una interpretación mayúscula de Jessica Chastain, asombrosa en su paulatina transformación física según pasan los años de esta biografía de la estafa que acaba por ser un lento y casi catárquico viaje hacia la locura. Las palabras bonitas pronunciadas con su correspondiente énfasis pueden hacer milagros entre los televidentes y los teléfonos, anunciando una “plegaria” más, no dejan de sonar. Los intereses creados no se andarán con medias tintas y aparecerán como tigres devoradores, dispuestos a hacerse con la parte más suculenta del pastel cuando sea el momento adecuado. Por el contrario, Andrew Garfield, como el marido coadyuvante del fraude, resulta tan inadecuado que, en algunos momentos, parece un dibujo de la Warner de expresión imposible. Excelente, eso sí, la breve aparición de Vincent D´Onofrio en la piel del reverendo que todo lo domina, como un Dios que no deja de amar los billetes verdes. Mientras tanto, el sermón se lanza para ser escuchado por millones de almas desorientadas que piensan que a Dios se le gana con un cheque o con una transferencia. Quizá sean los ojos de esa telepredicadora evangelista que no dejará de hipnotizar a tantos con sus glorias y sus aleluyas.

Quizá sea demasiado tarde para darnos cuenta de que las cantidades ganadas con el engaño de la falsa fe no tienen ningún valor en la cuenta corriente del cielo. Aunque siempre haya unos cuantos seres extraviados que se empeñen en lo contrario. Al fin y al cabo, ellos buscan lo que al resto de la Humanidad le gustaría que fuera verdad. Y es que Dios les ama. Más allá de sus actos, más allá de sus maldades, más allá de sus atajos. Basta con girar una cantidad que tranquilice la conciencia con destinatario divino y todos los pecados, por muy grandes que sean, serán perdonados. 

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