Crear
una iglesia de la nada, simplemente con el entusiasmo y el imprescindible apoyo
de una cadena de televisión, es una tarea reservada únicamente para aquellos
que se han dejado la moral en alguna página de la Biblia. Hallar unas fórmulas
ingeniosas para captar adeptos entran dentro de lo que se podría llamar
comunicación. Denominar a las donaciones con el término de “plegarias” comienza
a ser un atraco a mano armada. Y, sin ningún rubor, a todos los que se atreven
a colaborar económicamente se les da la condición de “socios”.
Y aquí tenemos a Tammy
Faye, una chica tan ingenua como lista, que suelta frases que son pura dinamita
dentro de las mentes crédulas de aquellos que buscan a Dios dentro del
rectángulo televisivo. Todo es mentira, por mucho que esté relleno de
entusiasmo. Y Tammy Faye, su marido y los que les rodean aún son capaces de
creer que están guiados por la mano de Dios. Dios te ama, ya lo sabes. Pero te
ama un poco más si tienes dinero en el bolsillo.
El espectáculo crece y
las audiencias mandan. El mercado de la fe se desboca en esa especie de canal
de la inspiración que han creado para jugar con las creencias de todos los
incautos que se acerquen. Por supuesto, el negocio da paso al lujo y se
comienza a gastar de más y hacer unas pocas obras de caridad menos. La mano
siempre está abierta para recibir ceros y la sonrisita tonta da lugar al
cosmético permanente, a la imagen de plástico prefabricada, a la canción
inspiradora que apela directamente al espíritu. Tammy Faye se sumerge en los
placeres de la vida porque ya se sabe. Dios te ama. Pero te ama un poco más si
vives mejor.
Con la sombra alargada
de El fuego y la palabra, de Richard
Brooks, aunque se parezca poco en fondo y forma a ésta, Los ojos de Tammy Faye cuenta con una interpretación mayúscula de
Jessica Chastain, asombrosa en su paulatina transformación física según pasan
los años de esta biografía de la estafa que acaba por ser un lento y casi
catárquico viaje hacia la locura. Las palabras bonitas pronunciadas con su
correspondiente énfasis pueden hacer milagros entre los televidentes y los
teléfonos, anunciando una “plegaria” más, no dejan de sonar. Los intereses
creados no se andarán con medias tintas y aparecerán como tigres devoradores,
dispuestos a hacerse con la parte más suculenta del pastel cuando sea el
momento adecuado. Por el contrario, Andrew Garfield, como el marido coadyuvante
del fraude, resulta tan inadecuado que, en algunos momentos, parece un dibujo
de la Warner de expresión imposible. Excelente, eso sí, la breve aparición de
Vincent D´Onofrio en la piel del reverendo que todo lo domina, como un Dios que
no deja de amar los billetes verdes. Mientras tanto, el sermón se lanza para
ser escuchado por millones de almas desorientadas que piensan que a Dios se le
gana con un cheque o con una transferencia. Quizá sean los ojos de esa
telepredicadora evangelista que no dejará de hipnotizar a tantos con sus
glorias y sus aleluyas.
Quizá sea demasiado tarde para darnos cuenta de que las cantidades ganadas con el engaño de la falsa fe no tienen ningún valor en la cuenta corriente del cielo. Aunque siempre haya unos cuantos seres extraviados que se empeñen en lo contrario. Al fin y al cabo, ellos buscan lo que al resto de la Humanidad le gustaría que fuera verdad. Y es que Dios les ama. Más allá de sus actos, más allá de sus maldades, más allá de sus atajos. Basta con girar una cantidad que tranquilice la conciencia con destinatario divino y todos los pecados, por muy grandes que sean, serán perdonados.
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