miércoles, 23 de febrero de 2022

MUERTE EN EL NILO (2020), de Kenneth Branagh

 

Hércules Poirot surca las aguas del Nilo en medio de un lujo envidiable porque, en el fondo, en esos ambientes de poder y distinción, trata de olvidar lo que un día sintió, mucho más allá de todas sus intuiciones que tantas vidas salvaron. En sus ojos escrutadores, se halla la observación más minuciosa de cuanto acontece y sabe saltar, con singular habilidad, sobre la hipocresía y las mentiras que también proliferan entre la seda y la opulencia. Egipto, mientras tanto, espera con sus piedras milenarias que, desde la cima de sus impresionante pirámides, hace que el tiempo sea apenas un período que no merece su nombre.

Kenneth Branagh ha moderado y modelado mejor su discurso con esta película que con todos los despropósitos que cometió con la nefasta Asesinato en el Orient Express. Es verdad que la primera versión de esta historia era manifiestamente mejorable y que le resulta más sencillo superar al original. No es menos cierto que se empeña en dotar de algunos rasgos al inmortal detective creado por la pluma de Agatha Christie que resultan poco menos que desconocidos y ligeramente delirantes, pero no cabe duda de que el envoltorio es avasallantemente atractivo, con un Egipto primorosamente fotografiado, una banda sonora muy cuidada del gran Patrick Doyle y un reparto que, si bien no contiene ningún nombre del firmamento de estrellas, es aceptable y realiza una labor más o menos en consonancia con algún chirrido fuera de lugar.

También es evidente el esfuerzo de Branagh por ofrecer variaciones sobre la historia, eliminando algunos personajes, fusionando varios en uno o cambiando totalmente el enfoque sobre ellos. En esta ocasión, todo se acepta mejor, con una cierta sensación de agrado en el ambiente, saboreando las tranquilas aguas del Nilo que esconden un infierno de crueldad y traición que se traslada a bordo de ese vapor que oculta todo un entramado de intereses alrededor de la víctima y que hace, por supuesto, que todos estén bajo la sospecha. No se preocupen, Hércules Poirot lo resolverá todo, aunque no sea completamente el Poirot que siempre hemos conocido.

Con ideas de dirección brillantes, como una yuxtaposición de imágenes que sólo puede hacer un maestro, Branagh también cae en uno de sus peores defectos, como puede ser la obsesión por hacer un gran espectáculo incluso en las escenas más inocuas. La tuerca de la emoción, a veces, también está demasiado apretada y, quizá, tanto lujo sólo puede traer más sangre que lágrimas. El sol cae en el horizonte egipcio, los gritos de horror se oyen en las quietas aguas del río, morir es sólo la cara que se quiere ver de la moneda y los fantasmas del pasado también llaman a la puerta. Hércules Poirot no cedía con tanta facilidad a las debilidades humanas, por mucho que fuera un maestro en la lucha contra el crimen. En la arena se dejan huellas y en el agua se hunden las pruebas. Pasen y vean. El lujo se va a bañar en un lago de asesinatos.

Del resto del reparto, a mucha distancia de todos los demás, hay que destacar el estupendo trabajo de Annette Bening al tiempo que hay que reafirmar lo forzado que parece Armie Hammer como amante perfecto de sonrisa deslumbrante. A pesar de algún baile fuera de época y de algún que otro exceso escénico, el planteamiento y la explicación de parte del pasado de Poirot, aunque totalmente nueva, tampoco molesta demasiado. Ya se sabe que en las trincheras se dejó lo mejor de los hombres y que el amor muere si no hay visos de verdad. Todos a bordo. El crimen va a partir.

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