Todo por la herencia.
Al fin y al cabo, sólo es necesario fingir algo de felicidad para cobrar la
nada desdeñable suma de quince millones de dólares y no hay nada como un par de
vecinos encantadores como Sam y Minnie para llevar a cabo la farsa. Que él pase
como el marido y ya está. Y al detective que han puesto para destapar cualquier
superchería le van a confundir con una serie de pequeños trucos. Ya se sabe, un
tipo está cansado de su morena de ojos azules y cruza con frecuencia el pequeño
jardín que le separa de una rubia de ojos azules. Es normal y bastante
habitual. Sin embargo, hay un pequeño problema. Sam trabaja en una empresa de
publicidad y tiene que llevar una cuenta que desea a la mejor pareja para
representar la estabilidad, el cariño, toda esa milonga del estilo americano de
vida y un fotógrafo indiscreto le ha elegido a él con su falsa esposa. Todo se
lía de la manera más tonta. Y resulta que hay un buen puñado de carteles por
toda la ciudad anunciando no sé qué, pero con el nombre cambiado y la esposa,
también….bueno, es mejor verlo para creerlo, porque va a haber que pintar todos
los carteles en una sola noche para que la gente no se dé cuenta y los millones
no vuelen y el marido de la chica vuelva y se pase con Minnie, la mujer de Sam
y…todo por hacer un favor de quince millones de dólares.
Aunque, tal vez, todo
no sea el dinero. También está la felicidad y el dinero, sin duda, manda a
buscarla, pero no es el único ingrediente. Está el auténtico cariño, la
verdadera naturaleza de esa preocupación por el otro, la seguridad de que la
casa es el hogar y de que todo lo demás es prescindible, salvo la otra persona.
Y, claro, si se puede tener hogar y dinero, mejor…pero si no…es preferible el
hogar.
Jack Lemmon, como
siempre, está fantástico en la piel de Sam Bissell, el publicista que se ofrece
para echar una mano a su vecina y amiga Janet Lagerlof para que pueda cobrar
una herencia que pone como condición indispensable que ella esté felizmente
casada. Romy Schneider pone las cosas difíciles a cualquier marido prestado y
como parejas desparejadas están una excelente Dorothy Provine, que aporta
alguna que otra dosis de comicidad bien medida, y Mike Connors que destaca por
la elegancia y el comedimiento en sus reacciones que llegan a ser
patológicamente confusas por la situación. David Swift dirige con ritmo,
precisión y buen gusto una comedia que posee toques de erotismo muy sugeridos,
situaciones estrambóticas, enredos de primera división y ese color de los años
sesenta que se fueron para no volver.
Y es que, se quiera o no, prestar al marido no deja de ser un riesgo. Sobre todo si la prestataria es alguien como Romy Schneider. Las sospechas se van instalar entre vecinos porque al pobre Sam le van a obligar a cenar y a recenar para que nadie se sienta ofendido. Es tan buena persona…él lo hace para ayudar…
No hay comentarios:
Publicar un comentario