miércoles, 16 de febrero de 2022

UNA GRIETA EN EL ESPEJO (1960), de Richard Fleischer

 

Tal vez mirarse en el espejo y descubrir que hay una grieta para atravesarlo sea un ejercicio que coquetee peligrosamente con el horror. Por un lado, una pareja que no tiene nada que perder conspira para asesinar al marido de ella. Sin embargo, la historia es cíclica y se conecta peliagudamente con su propio reflejo. Cuando van a ser juzgados, descubren que el juez se parece demasiado al marido muerto. A su vez, su señoría también tiene un problema parecido en su matrimonio porque su mujer se entiende con un oscuro detective que, por supuesto, tienen los mismos rostros que los amantes acusados. La intriga se torna en un galimatías bizarro, donde los paralelismos abundan y se da a conocer el hecho de que la historia puede ocurrir en distintos lugares, a personas parecidas y al mismo tiempo. Interesante retorcimiento de la realidad hasta llegar a la certeza de que nada es lo que se ve y todo se ha imaginado antes.

Lo cierto es que el amor enferma y, cuando eso ocurre, salen demasiadas pústulas en las heridas. Todo parece un infierno expresionista en el que la esperanza está ausente. Las miradas se cruzan de lado a lado y la grieta, poco a poco, se va expandiendo hasta alcanzar la realidad que existe en otra parte. Todo es muy confuso y, al mismo tiempo, resulta extremadamente claro. La sensación, en cualquier caso, siempre es incómoda, como si la película, de alguna manera un tanto misteriosa, llegara a hurgar en nuestras conciencias sin decirte la verdad en ningún momento. La credibilidad de la trama está en entredicho, tres actores interpretando a seis personajes no son fáciles de manejar, la mente intenta encontrar salidas lógicas. La diferencia de clase de los dos triángulos amorosos apenas representa una barrera para que los paralelismos sean creíbles. Al fin y al cabo, no deja de ser interesante comprobar que, más allá de la educación, o del nivel de vida, los seres humanos se mueven por las mismas bajas pasiones y por las mismas altas ambiciones. Sin embargo, eso no quiere decir que unos y otros hagan lo correcto. Sus conductas son deshonrosas, condenables, rechazables y hasta odiosas y eso no hace más que agrandar la grieta de un espejo que refleja la realidad a ambos lados del cristal.

Orson Welles, Bradford Dillman y Juliette Greco se multiplican en esta extraña película de Richard Fleischer que, en algún momento, puede parece algo pretenciosa y que debe manejar con extremo cuidado el hecho de que no hay ningún personaje con el que el público se pueda identificar. Todos los personajes son igualmente culpables de crimen y decepción dentro de una historia que destaca por su innegable originalidad y que alcanza cotas de excelencia cuando se adentra en la corte procesal. El arribismo también se atisba en algún momento y la banda sonora de Maurice Jarre resulta algo reiterativa en algún momento, pero el experimento está ahí, enfrente de nosotros, diciéndonos claramente a la cara que somos culpables, igual que alguien también lo es en algún otro lugar y en ese mismo instante. Por cargos y crímenes parecidos. Por amor y derrota casi iguales.

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