La típica superioridad
aria impedirá imaginar que un simple pastor vasco sea capaz de poner en jaque a
todas las tropas pirenaicas del Tercer Reich. Le han encargado que guíe a una
familia desde la frontera francesa y el pastor lo hará hasta el final. El
camino va a ser muy duro y un perro está rondando. Es el peor de los cánidos
porque ese oficial de la Gestapo que está decidido a impedir la fuga del
científico con su familia no repara en brutalidades. Está dispuesto a quemar a
la gente viva, a hacer rodajas con sus dedos, a bañarse en sangre ajena con tal
de que nadie pueda presumir de que le ha burlado. Y un pastor vasco, armado
únicamente con un cayado, lo hará. Con largueza, con inteligencia, con
habilidad, con el conocimiento de un terreno que no es amable y de un frío que
golpea con violencia. Quizá ese pastor vasco ya ha visto demasiadas cosas en su
tierra como para paralizarse por el terror de un psicópata con svástica. O, tal
vez, sienta que hay que cumplir un deber porque esa gente a la que tiene que
ayudar es buena y el diablo, en esos tiempos, llevaba una cruz gamada en el
brazo. Nunca sabremos cuál es su pensamiento porque es un hombre silencioso,
que no da razones, que tampoco las pide. Simplemente, hace. Y lo que va a hacer
es llevar al científico a España. Quieran o no quieran los boches.
Por si fuera poco el
acoso del inimaginable oficial de la Gestapo, el tiempo no ayuda. El frío se
instala en las cumbres y el terreno abrupto no debe esforzarse mucho para
acabar con las piernas de cualquiera. Sólo el pastor, harto de mover su rebaño
de un lado a otro, es capaz de aguantar las empinadas cuestas y soportar las
intensas heladas con trucos de aldea. Es como si ese hombre fuera de otra
civilización, de otro planeta, de otra guerra. En su mirada hay algo de
frialdad teñida de entrañable. A veces, toma decisiones duras, pero él
considera que son inevitables. La naturaleza es cruel y él está pagando condena
desde hace mucho, demasiado tiempo. Al tipo de la Gestapo no van a quedarle
muchas ganas de perseguir a nadie.
Esta película fue un
completo fracaso en los Estados Unidos estando solamente una semana en cartel.
Es cierto que contiene una brutalidad de corte realista que deja el escalofrío
y el estremecimiento en cada centímetro del pensamiento, pero también es verdad
que posee momentos brillantes, especialmente los dedicados a la persecución,
con un Anthony Quinn extraordinario como el pastor vasco que se la está jugando
continuamente a los nazis, acompañado de James Mason, Patricia Neal, Christopher
Lee y, por supuesto, ese malvado de libro que no repara en piedades
interpretado por Malcolm McDowell. La dirección de Jack Lee Thompson, algo
descompensada, precisamente por las escenas que caen en la truculencia más
rechazable, resulta meritoria en todas las escenas de montaña dando como
resultado una película muy apreciable, con momentos de suspense bien llevados y
con la sensación de que los huidos, por mucho que se esfuercen, no van a
conseguir escapar del perro sarnoso que les persigue.
Y es que, a menudo, nos encontramos con que el enemigo más temible es quien menos se espera. Un pastor nos lo va a enseñar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario