Charles Salt y
Christopher Pepper son dos viejos crápulas que regentan un club nocturno para
seguir divirtiéndose. Son un par de tipos simpáticos, que han vivido lo suyo,
que no se han tomado nunca la vida demasiado en serio y que ahora están en el
meollo del Swinging London tratando
de ganarse una clientela de cierta clase, de esa que suele ir a los garitos de
smoking y fumar cigarrillos con boquilla. Todo se complica cuando descubren el
cuerpo de una espía en el local. Y los señores Salt and Pepper van a tener que
ponerse a investigar si no quieren el negocio cerrado a cal y canto. La policía
está sobre ellos porque al malhumorado Inspector Crabbe no le caen nada bien
desde hace algún tiempo. Y va a ser la excusa perfecta para que esos dos americanos
incrustados en las calles londinenses se vayan por donde han venido. Sin
embargo, Crabbe es el menor de sus problemas en una investigación que Salt y
Pepper comienzan a tientas.
El asesinato va a tener
más capas que una cebolla y esos individuos de nombre estrambótico estarán en
el centro porque lo que descubren es tan gordo como los bolsillos de los de
siempre. Todo ello estará aderezado por las lenguas viperinas de Salt y Pepper
y, aunque en ocasiones, los escenarios y los vestuarios están ligeramente
recargados en conjunción con la época, los tipos sueltan unas perlas
lingüísticas que merecen la pena. La química entre Sammy Davis Jr. como Charles
Salt y Peter Lawford como Christopher Pepper es evidente. Eran amigos y se lo
estaban pasando en grande en medio de chicas, largas melenas y pantalones de
campana. Mientras tanto, el gobierno británico puede llegar a tambalearse si no
intervienen estos propietarios de night-club con chulería y estilo, algo que,
quizá, ya ha caído en desuso.
Richard Donner dirige
con su habitual sobriedad, un tanto sometido a las modas y maneras, pero, a
pesar de que es una película que ha caído totalmente en el olvido y casi nadie
la conoce, es divertida, con algún que otro momento en el que se extravía el
sentido, pero que deja una sonrisa en los labios. Y debió de obtener un cierto
éxito, porque dos años después Jerry Lewis dirigió una secuela titulada Una vez más, única película en la que el
cómico se reservó labores detrás de las cámaras sin actuar. Y es que estos personajes,
aunque su estética nos parezca muy anticuada, eran atractivos como una buena
melodía de jazz bañada en whisky.
El tono satírico, incluso haciendo broma del habitual estilo del Rat Pack al que pertenecían tanto Lawford como Davis, es evidente en todo momento. La película no pretende engañar. Sólo pretende pasar un buen rato. Es un encuentro raro y amable entre el vodevil y James Bond. Y, por supuesto, la trama es algo delirante porque se trata de mezclar las ansias de conquistar las islas con lo nuclear. Lo cierto es que si te pones en el punto de mira de estos dos individuos, te vas a llevar un directo a la cara que vas a alucinar en copas.
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