Todo empieza como
siempre. Una mujer que parece inacabable que entra en el despacho porque cree
que la muerte de su padre no fue un accidente. Es la misma historia una y otra
vez. Por eso, Rigby Reardon tendrá que husmear en un montón de teléfonos que
hace mucho tiempo que dejaron de funcionar, y hablar con una retahíla de
personajes que pueblan la imaginación de quienes tuvieron la suerte de estar
con ellos en alguna ocasión. Parece mentira, pero esta es la única oficina de
detectives en la que el cliente muerto, no paga. Reardon se mete en un lío que
tiene muchos agujeros, igual que un queso Gruyere. Incluso tendrá que llamar a
algún amigo para que le eche una mano, un tal Philip Marlowe. El ambiente se
diluyó en los sueños. El humo de los cigarrillos nunca fue real. Y, sin
embargo, Reardon volverá a aspirarlo porque, al fin y al cabo, es un placer
volver con humor a los lugares que uno conoce. Hablar con gente que ya pateó
esas calles no deja de ser un privilegio. Y esta historia, por mucho que uno
quiera odiar, lo es.
Steve Martin asume los
rasgos de Rigby Reardon, y Rachel Ward es la vertiginosa cliente del detective
privado. En los interminables callejones, Martin se encontrará con Humphrey
Bogart, con Barbara Stanwyck, con James Cagney, con Alan Ladd, ese hombre que
se llama a sí mismo “El Exterminador”…. Son cheques en blanco para pagar ese
trabajo tremendo, de horas y horas en la sala de montaje y en el plató que
realizó Carl Reiner para rendir un homenaje con sonrisa al cine negro. Ese
mismo de sombreros de ala ancha, maldades sugeridas, pistolas que encajan como
un guante en la mano y bultos sospechosos bajo la americana. La turbiedad asola
por todas partes y se agradece el tono, en ocasiones, demasiado grueso que
imprime Reiner a una historia que asoma la cabeza por originalidad,
inteligencia y amor por el cine. Es imposible dejar de ver esta película,
porque en cualquier momento puede salir Vincent Price paseando figura, o Cary
Grant con su mirada ambigua, o Bette Davis con sus andares que parecían pisar
al mundo entero, o Ingrid, o Veronica, o Ava, o Burt, o Ray…da igual. Son
rostros que se movieron por los bajos fondos del ánimo con soltura y que
aparecen de nuevo, precisamente, para levantarlo. Porque, en el fondo, todos sabemos
que son tiempos que no volverán, que puede que haya otra chica de curvas tan
pronunciadas que den ganas de gritar y que entre en un despacho mugriento de
cualquier edificio con limpiadora arrodillada en los pasillos y nos deje un
encargo que capte nuestra atención. Sólo hace falta una sonrisa cínica, un vaso
lleno hasta el borde y revisar las balas del tambor del revólver. El resto se
hace en las calles.
No deja de ser un chiste contado con cierta clase, con un punto de locura y con un trabajo de muchas horas en la moviola y en el guión. Ya se sabe, las frases significan una cosa u otra dependiendo del contexto. Y yo ya me estoy enrollando demasiado. Tengo que dejarles. Es posible que alguna chica esté en apuros al otro lado del hilo telefónico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario