Barney Lincoln es un
tipo endiabladamente listo. Se ha metido en una fábrica de naipes y ha marcado
todas las cartas de fábrica. ¿Para qué? Sabe que esa fábrica es la proveedora
principal de los juegos de cartas que se utilizan en los casinos de media
Europa. Lo único que tiene que hacer Barney después de su incursión nocturna,
silenciosa y de guante marcado, es ir y jugar, leer las marcas y ganar. Por
eso, a pesar de que es un hombre atractivo a espuertas, usa unas gafas cada vez
que juega. Las necesita para ver las cartas de los contrarios. Es así de
simple. Es un magnífico bribón.
Los problemas aparecen
cuando la avispada hija de un inspector de Scotland Yard sabe que Barney es
Barney. Entonces las cosas se empiezan a complicar. Más que nada porque la
chica también se ve irresistiblemente atraída por el tahúr. Ser o no ser, esa
es la complicada cuestión que hay que responder. Delatarle o quedárselo. Y lo
segundo es algo demoledoramente atractivo porque el muchacho se dispone a
saltar las bancas de media Europa, en los mejores casinos, con los mejores
hoteles y dándose la mejor vida a la que nadie pudiera aspirar. ¿Barney a la
cárcel o al tapete? Sin embargo, las ideas, a veces, son tan sencillas que dan
miedo. ¿Qué tal si Barney colabora con Scotland Yard? Con esa habilidad para
leer las cartas por el lomo, puede, no sólo ganar dinero, sino también arruinar
a quien se lo proponga. Y el Yard está interesado en que determinado personaje
se quede sin recursos. Barney va a tener que jugar para los buenos, aunque
también saque pingües beneficios del lance. E, incluso, va a tener que usar la
vista para algo más que leer.
Excelente película,
llena de momentos entretenidos, suspense y con un ligero recuerdo al Casino Royale, de Ian Fleming, en su versión
verdadera, por supuesto, bajo la dirección de Richard Donner y con Warren
Beatty dando el palo como Barney Lincoln y Susannah York como la avezada hija
de la policía. El resultado es una historia de listos, de esas que dejan un
buen sabor de boca y de mano, con el verde prado de las mesas luciendo su
descaro y, por supuesto, un malvado a la altura. No hay nada como acudir al
origen para causar estragos. Y Beatty, además, tira de atractivo y de saber
estar, dejando un poco de lado su aire más trascendente, para ofrecer el
retrato de un tipo que se sabe mover por las mesas de juego de medio mundo.
Así que ya saben, apuesten con moderación y esperen el momento adecuado. Puede que los malvados sean malvados, pero no son tontos. Y eso es algo que no hay que olvidar nunca. El resto es poner cara de poste y jugar con inteligencia. Incluso sabiendo lo que tiene el contrario. A veces, es más rentable golpear en el instante más indicado que lanzarse a ganar todo en las primeras manos. Y manos no le faltan a Barney. Pasen y vean. Y, si tienen lo que hay que tener, apuesten unas cuantas fichas de las gordas.
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