Quizá, entre la quietud
de las paredes de un vetusto palacete italiano, con la intrusión de unos
cuantos extraños que han alquilado un par de habitaciones para que sea
sostenible esa antigualla casi contemplativa, haya una oportunidad para repasar
lo que pasó hace muchos años con el encuentro del amor, el reconocimiento de
errores, algunos de ellos forzados y que no se pudieron evitar, o la memoria de
la entrada en la decadencia, en el silencio, en ese ambiente cargado de un
lugar donde el tiempo parece haberse detenido. El Profesor ha tenido que
devorar cada uno de los minutos de su soledad, encerrándose en ese palacete
descolorido y, a la vez, elegante. Y sus conclusiones siempre llevan a
callejones de moral sin salida. Tal vez esos extraños, esa gente que, con toda
probabilidad, no saben estar en sitios de cierta clase, sean una ventana para
que la conciencia llegue a la tranquilidad, la memoria a la paz, el recuerdo a
lo entrañable. Dentro del marco de una vida que se siente desperdiciada, las
confidencias irán conformando un mosaico en el que el Profesor se dará cuenta
de que el amor fue y es lo más necesario en la vida de cualquiera.
Las conversaciones,
como piezas de una colección de arte, se suceden, en parte, en terreno de la
imaginación porque, por allí, por las desvaídas paredes de rojos ajados,
aparece esa chica que se llevó todo y no dejó nada. Tan hermosa como era. Tan
sincera como fue. La clase y el estilo puede que sea algo que se lleve en la
sangre y no tiene por qué ser necesariamente azul. Puede que, en el fondo, toda
esa aventura de alojar en casa a unos nuevos ricos sea una elegía, una última
reflexión sobre la soledad, sobre la familia, sobre la política…todo ello
pasado por el amor, por la oscuridad, por la amargura y por la crueldad. Cuando
se enfila la recta final es posible echar una mirada a los demás, a la herencia
dejada y recibida, a la fuerza de los desafíos. Sólo para llegar a una
definición clara y concisa de sí mismo. Un camino difícil plagado de diálogo
estático. Una meta que, en ningún momento, se quiere alcanzar.
Luchino Visconti dirigió esta película profundamente reflexiva, con la colaboración de Burt Lancaster en el papel de ese viejo Profesor de lengua clásica que trata de poner en orden todo lo vivido mientras lo nuevo invade sus últimos días. Y la última palabra es que todo era mejor antes. El futuro se presenta incestuoso, perverso, intranquilo, zigzagueante. Es como si el Príncipe de Salina ajustara cuentas con el destino mientras ya quedan pocos días. La inteligencia, el arte y la razón pasarán a ser piezas de museo en un mundo que se complica más aliándose con el tiempo. El hedonismo se encargará de pesar más en ese ambiente que se abre con las mañanas y ya no hay sitio para lo que, un día, importó. Puede que las confidencias sirvan de poco cuando la muerte ya está llamando a la puerta. Y es que siempre hay que abrirla.
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