miércoles, 8 de marzo de 2023

LOS DIABLOS DEL PACÍFICO (1956), de Richard Fleischer

 

En el Sur, es muy fácil dar órdenes y despreciar a todos los que te rodean. En el frente del Pacífico, las cosas cambian radicalmente. Tu vida depende de los demás. Tus órdenes deben ser firmes, pero ponderadas. Lo razonable debe presidir hasta la última bala porque los nervios aparecen cuando menos se les espera. Los hombres, allí, deben moverse entre el cielo y el infierno, en selvas plagadas de mosquitos, en aguas infectas, en ametralladoras que sólo escupen muerte. Eso es lo que le ocurre a Sam Gifford. Él ya tenía todo lo que se podía desear. Una hacienda productiva, una mujer excepcional y el poder para hacer o deshacer la dignidad de todos aquellos que trabajaban para él. Su pensamiento cambiará cuando comprueba que la valentía no es una cuestión de clase y que no hay nada más importante que salvar vidas. Al fin y al cabo, la gente humilde tiene la misma dignidad que él, niño bonito de herencia fácil. Y más aún cuando morir es algo que apenas tiene valor en medio de la guerra.

Sam, en el frente, también comete errores porque, en el fondo, siente miedo. Y eso le cuesta una degradación. Sin embargo, eso no es más que un camino para el aprendizaje porque, si creía que la guerra era horrible, aún no había estado al lado del Capitán Grimes, un individuo psicótico que no se lo piensa dos veces a la hora de enviarle a una misión suicida. Mientras tanto, Sam verá cómo algunos con los que ha compartido cigarrillos y aprecio, vuelan por los aires. Lejos de amilanarse, eso afianzará, dentro de él, al verdadero hombre que lleva dentro. Grimes es sólo un obstáculo más que deberá saltar. Y regresará al Sur con la conciencia de haber hecho lo correcto, de que ése sí que es el camino, de que trabajar para él no le da derecho a aplastar, a arrasar, a aniquilar. Ya ha habido bastante de eso en las selvas de Guadalcanal.

Excelente película bélica bajo los mandos de Richard Fleischer, que fotografía con verdadero mimo las aventuras de este joven que debe enfrentarse a la destrucción de todos sus prejuicios a golpe de ráfaga mientras aprende que la lucha por la supervivencia es algo inherente al ser humano. Robert Wagner realiza un papel muy destacable, pero quien se lleva el máximo honor es Broderick Crawford en la piel de ese capitán desquiciado, que supera sus miedos a través de la ira y descarga sobre los demás, siendo una versión agigantada del propio Wagner cuando comandaba sus plantaciones. El resultado es una película espléndidamente rodada, con algunas secuencias extraordinariamente bien dirigidas que, en ningún momento, opta por esa moda que imperó durante algunos años de salpicar con continuos flashbacks los temores del protagonista de turno.

Y es que las escarpadas colinas de las Filipinas se yerguen como testigos incólumes de la forja de una personalidad que merece ser modelada. Sam Gifford-Robert Wagner no es un mal hombre, sólo tiene equivocados unos cuantos conceptos morales que darán lugar a un ser humano noble y mucho más justo. Es el aprendizaje de la muerte cercana. Es la certeza de que, en cualquier momento, una bala puede acabar con el grito más humillante.

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