En el Sur, es muy fácil
dar órdenes y despreciar a todos los que te rodean. En el frente del Pacífico,
las cosas cambian radicalmente. Tu vida depende de los demás. Tus órdenes deben
ser firmes, pero ponderadas. Lo razonable debe presidir hasta la última bala
porque los nervios aparecen cuando menos se les espera. Los hombres, allí,
deben moverse entre el cielo y el infierno, en selvas plagadas de mosquitos, en
aguas infectas, en ametralladoras que sólo escupen muerte. Eso es lo que le
ocurre a Sam Gifford. Él ya tenía todo lo que se podía desear. Una hacienda
productiva, una mujer excepcional y el poder para hacer o deshacer la dignidad
de todos aquellos que trabajaban para él. Su pensamiento cambiará cuando
comprueba que la valentía no es una cuestión de clase y que no hay nada más
importante que salvar vidas. Al fin y al cabo, la gente humilde tiene la misma
dignidad que él, niño bonito de herencia fácil. Y más aún cuando morir es algo
que apenas tiene valor en medio de la guerra.
Sam, en el frente,
también comete errores porque, en el fondo, siente miedo. Y eso le cuesta una
degradación. Sin embargo, eso no es más que un camino para el aprendizaje
porque, si creía que la guerra era horrible, aún no había estado al lado del
Capitán Grimes, un individuo psicótico que no se lo piensa dos veces a la hora
de enviarle a una misión suicida. Mientras tanto, Sam verá cómo algunos con los
que ha compartido cigarrillos y aprecio, vuelan por los aires. Lejos de
amilanarse, eso afianzará, dentro de él, al verdadero hombre que lleva dentro.
Grimes es sólo un obstáculo más que deberá saltar. Y regresará al Sur con la
conciencia de haber hecho lo correcto, de que ése sí que es el camino, de que
trabajar para él no le da derecho a aplastar, a arrasar, a aniquilar. Ya ha
habido bastante de eso en las selvas de Guadalcanal.
Excelente película
bélica bajo los mandos de Richard Fleischer, que fotografía con verdadero mimo
las aventuras de este joven que debe enfrentarse a la destrucción de todos sus
prejuicios a golpe de ráfaga mientras aprende que la lucha por la supervivencia
es algo inherente al ser humano. Robert Wagner realiza un papel muy destacable,
pero quien se lleva el máximo honor es Broderick Crawford en la piel de ese
capitán desquiciado, que supera sus miedos a través de la ira y descarga sobre
los demás, siendo una versión agigantada del propio Wagner cuando comandaba sus
plantaciones. El resultado es una película espléndidamente rodada, con algunas
secuencias extraordinariamente bien dirigidas que, en ningún momento, opta por
esa moda que imperó durante algunos años de salpicar con continuos flashbacks los temores del protagonista
de turno.
Y es que las escarpadas colinas de las Filipinas se yerguen como testigos incólumes de la forja de una personalidad que merece ser modelada. Sam Gifford-Robert Wagner no es un mal hombre, sólo tiene equivocados unos cuantos conceptos morales que darán lugar a un ser humano noble y mucho más justo. Es el aprendizaje de la muerte cercana. Es la certeza de que, en cualquier momento, una bala puede acabar con el grito más humillante.
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