Un
accidente en los Pirineos y se descubre el pastel con dos guindas. Eso no sería
nada malo si no fuera porque el pastel sólo debería tener una porque se corre
el riesgo de que las guindas se conozcan y formen su propio pastel. Ya se sabe,
uno se pierde entre la nata, no sabe hacia dónde tirar y resulta que la guinda
amarga consigue almacenar algo de dulzura. Por otro lado, la dulce no se deja
mangonear tanto. Moraleja: el carácter agrio y los desengaños de la vida no
deben ensuciar lo que es un bonito adorno de amistad. Cielos, si todo ocurre en
una ciudad llamada Malpaso, y entre risa y buen rollo, hay un cierto aire de
película del Oeste.
En el engaño está lo
común. Ahí está el meollo de la cuestión. Dejar de gruñir y abandonar esa
actitud de tragar con todo es fundamental para recuperar la autoestima y llegar
a tener certezas como que se ha querido y se ha sido un padre de aprobado
justito. Y todo se escribe en la nieve. En ese sitio donde los chascarrillos se
desparraman en el telesilla, donde lo bueno parece que dura poco, donde los
quitanieves nunca quitan nada y donde las iras deben dejarse en el gorro de
lana. La lógica es para los machotes y más vale hallar una solución que sea
cómoda para todos. Al fin y al cabo, el elemento de disensión tiene más cara
que espalda y una media colgada en el pomo de la puerta para hacerse un
Carradine. ¿No saben lo que es? Mejor buscarlo por el móvil.
Así que ahí, en plena
montaña oscense, en un pueblo de nombres míticos donde la gente tuvo que vivir
sin perdón y donde los ríos míticos se juntan con chicas de un millón de
dólares, tenemos a dos actores que saben decir la frase más vulgar de la forma
más graciosa, como si fuera lo más natural del mundo, y que se llaman Ernesto
Alterio y Paco León. Con bata blanca se encuentra Raúl Cimas, que también le
pone gracia al asunto. Y la dirección de Lucía Alemany es simpática y muy
precisa. El resultado es una película con cierta clase en sus carcajadas, con
algo de estilo en sus risas y con alguna elegancia en sus sonrisas. Y se deja
ver con los esquíes en la mano y el frío húmedo en los pies.
Así que hay que ir
preparando esos interiores de madera acogedora para que los niños se sientan
como en casa. De paso, toda esa temporada en las alturas va a servir para dejar
atrás unas cuantas frustraciones que estorban un poco, caray. Al fin y al cabo,
el dialogo no fluye cuando uno se agarra al limón y otro sólo quiere naranjas.
La culpa es de quien se aprovechó con premeditación y alevosía y que se tomó una
temporada de vacaciones en tierra de abrigo y forfait. Aludes, dibujos, peleas
de bar, presentaciones a ras de suela, doctoras sabihondas, unas ganas de
reírse de lo políticamente correcto que resulta arrebatadoramente sano, alguna
que otra parada de ritmo, un conato de que la historia se va de las manos y
vuelta, unas botas de nieve que quitan el sentido, unas miradas que hablan por
sí solas…y la comedia deja de ser tonta porque exhibe algunos rasgos de
ocurrencia. Es que no hay nada como reírse de lo que uno se tiene que reír
mientras se hace barbacoa con carne de jabalí.
Ah, y hay que ser buenos y no montar un escándalo por un engañito de nada. No sea que les tomen por locos y suene alguna melodía de desierto y revólver con pitido de prolegómeno. Al día siguiente, lo mismo todo vuelve a la normalidad y sólo quede el suave rastro de un perfume de hombre. Hay que darse cuenta de que si se tiene un amigo, se tiene una montaña de afecto. Aunque el nexo de unión haya sido la engañifa de creerse únicos en la vida de alguien.
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