No es fácil hacerse con
la tripulación de un barco. El Teniente Roberts lo sabe. A pesar de sus buenas
intenciones al querer que todos estén unidos antes de entrar en acción para que
cada uno dé lo mejor de sí mismo, tiene que enfrentarse a un capitán que le
gustan las tiranteces, a un médico que le gusta echar un traguito de vez en
cuando y a un alférez algo díscolo que le gusta hacer las cosas a su manera. En
realidad, Roberts tiene su principal campo de batalla en ese maldito capitán
que le disfruta humillando a la gente con sus órdenes. Ése no es el mejor
estado de ánimo para que, bajo el fuego de los cañones, la tripulación lo haga
mejor. Todo lo contrario. Estarán con la presión en la espalda y con el enemigo
enfrente. Hay que facilitarles la vida.
Por otro lado, Roberts
trata de enlazar los deseos del capitán con las inquietudes de la marinería. Se
trata de encajar dos piezas de dimensiones muy diferentes. La vida a bordo
tiene algo de comedia y también algún que otro momento para el drama. No es
fácil navegar entre dos aguas y salir airoso del asunto. Sin duda, ese barco
zarpará para cumplir con su obligación, pero no se sabe muy bien cómo. No hay
que preocuparse demasiado por lo que se dijo antes, es posible que ahora las
cosas hayan cambiado y se diga lo contrario. La película trata de ir un poco
más allá y ofrecer un lado divertido y, también, una cara triste. La vida
militar tiene esos momentos. Nada es invariablemente simpático. Y aún así tiene
sus compensaciones, sus instantes de relajación donde la risa aparece como por
arte de magia. Es lo que tiene si hay un alférez a bordo durante catorce meses
y el capitán no recuerda de ninguna manera quién es.
Mucha historia se halla
detrás de esta película. Nacida de un éxito en Broadway que el propio Henry
Fonda representó durante dos años sobre los escenarios, los productores
quisieron que Marlon Brando o Tyrone Power interpretaran el papel principal,
pero Ford batalló porque fuera el propio Fonda el protagonista. Estaba
convencido de que lo pasarían bien, eran viejos camaradas y todo iría como la
seda. Nada más lejos de la realidad. El punto de vista de Fonda, más cercano a
la obra de teatro, opositaba fieramente con el de Ford, que pretendía ofrecer
algo más nuevo. La ruptura total entre ambos se dio cuando, en una reunión,
Ford golpeó en el rostro a Fonda con un puñetazo. El director dimitió en ese
mismo instante y la película naufragó porque nunca se decide sobre el camino a
tomar. Estuvo nominada a los Oscars de aquel año y significó el primero para
Jack Lemmon como mejor actor secundario. El reparto era de auténtico lujo
porque, además de Fonda y Lemmon, se hallaba James Cagney en la piel del
capitán y William Powell en su última aparición en el cine. Mervyn Le Roy, con
la ayuda de Joshua Logan que había dirigido la versión teatral, acabó la
película. El resultado está lleno de amabilidad, de diálogos brillantes, de
actuaciones estupendas y, sin embargo, algo de alma falta en esta adaptación.
Como si, en algún lugar del barco, se hubieran dejado las risas que podrían
haber hecho de ella un gran éxito. Es una especie de estación intermedia entre El motín del Caíne y Operación Pacífico. Y es una lástima.
Porque el sol sí que aparece en el horizonte de esta historia. Pudo llegar muy
alto.
1 comentario:
GRACIAS CESAR, LO VI EN TWITTER!!!
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