Leslie
una vez tuvo suerte, pero se la bebió. No todo fue culpa suya porque, ya se
sabe, cuando el hado viene a visitarte te crecen los amigos y un favor por
aquí, otro por allá…El caso es que el dinero se esfumó. Y el alcohol comenzó a
tener todos los números para la siguiente rifa. A partir de ahí, todo fue
cuesta abajo. La dejación de responsabilidades, el desprecio de la gente, el
hijo que siempre se ha preguntado el por qué y nunca ha tenido respuesta…Leslie
va cayendo y cayendo por el gollete de la botella. Y lo peor es que no ve el
fondo.
De repente, alguien
tiende una cuerda. Es delgada, deshilachada, no tiene mucha consistencia, pero
es algo. Se hace por compasión y porque ese alguien tiene alma. Es una ayuda
pequeña, casi insignificante, pero es algo porque otorga una pequeña luz al
final del túnel de Leslie. Ella, al principio, como todos los adictos, no la
verá. Es incapaz de atisbar cualquier brillo de claridad. Prefiere hundirse más
y más, tratando de recuperar algo, quizá afecto, quizá autoestima, pero no lo
consigue. Eso hace que vuelva a su amigo el vaso y éste siempre está lleno para
ella. La sensación de garganta quemada mortifica y, a la vez, alivia. Esa dulce
sensación de visión nublada y sentido abotargado puede con ella. Y una voz de
su interior le dice que debe agarrarse a esa cuerda ínfima que alguien le
ofrece porque va a ser su última oportunidad.
A pesar de que estamos
ante otro de esos dramas recientes que están deseando parecerse al neorrealismo
italiano, el director Michael Morris yerra constantemente al acercar tanto la
cámara a esta historia de caída y redención, poniendo el alcohol y sus
problemas en primer plano constantemente. No cabe duda de que, en ciertos
pasajes, Andrea Riseborough consigue alturas interpretativas de interés, pero
también se equivoca con algunas gesticulaciones excesivas, tratando de expresar
en todo momento lo que siente su personaje antes de hacer cualquiera de sus
actos. El resultado es algo parecido a lo que se siente viendo películas como The Florida Project o Precious, dramas de compasión que acaban
por ofrecer un resquicio de esperanza en medio de una historia que carece de
humor, de respiro e, incluso, de simpatía hacia el personaje principal.
Así que aclaren bien sus gaznates, tengan a mano los pañuelos, prepárense para surcar mares de incomprensión para, luego, sentirse galvanizados con el intento de búsqueda de la felicidad (que no es más que estabilidad) con la sombra de la petaca amenazando a cada instante. El resentimiento también tiene un papel destacado y nada, tranquilos, que a Leslie le sobran fuerzas en un giro final que tampoco tiene demasiado sentido. Por mucho que sea un aviso sobre el exceso de sufrimiento que llega a saturar y a buscar la paz por los mejores medios al alcance. Quizá todo se reduzca a encontrar a una persona que sepa ver las razones y llegue a ver las respuestas no forzadas. A demostrar que, a pesar de todo, de todas las crueldades a las que nos somete la vida ingrata, siempre hay una salida a la izquierda. A creer que el frío de la noche pasa y que, en algún lugar del día siguiente, hay una oportunidad que suele pasar desapercibida. Y, desde luego, a ajustar cuentas con uno mismo, siendo consciente de los enormes errores que se han cometido y del cataclismo que se ha causado a todos los que estaban alrededor. Cada vez lo olvidamos más cuando tomamos una decisión que va en contra nuestra, por mucho que no sepamos ver que así es. Ningún camino de los que podemos elegir se abrirá sin consecuencias. Por eso, deberíamos pisar con mucho cuidado, porque pisamos sueños y esperanzas de los demás.
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