Tom Wilkinson era uno
de esos actores que hizo de todo en teatro y que, sin embargo, no conseguía
despuntar en el cine. De cuidadosa preparación dramática, fue actor habitual en
las producción de la Royal Shakespeare Company o del National Theatre,
interpretando a Ibsen, T.S. Eliot, Arthur Miller, Anton Chejov, Edward Albee,
Thomas Bernhardt, Carlo Goldoni, Christopher Marlowe, Noel Coward, Ben Johnson,
Robert Bolt, Samuel Beckett, William Shakespeare, Edgar Allan Poe, Arthur Conan
Doyle, Bertolt Brecht, Moliére, Darío Fo, Kafka, Lorca…y compartiendo cartel
con nombres tan ilustres como Paul Scofield, Judi Dench, John Neville, Ian
McKellen, Brian Cox, Albert Finney, Ralph Richardson, John Gielgud, Ben
Kingsley, Brenda Fricker o Cyril Cusack. No le faltaban tablas. Sin embargo, a
pesar de varios intentos, no conseguía despegar delante de las cámaras e
intervino en apenas cinco películas desde su debut en 1976 con el prestigioso
Andrzej Wajda en La línea de sombra,
una adaptación de Joseph Conrad casi reservada al circuito de arte y ensayo,
hasta que lo podemos ver en un papel muy secundario en En el nombre del padre, de Jim Sheridan, incorporando al fiscal que
se enfrenta a Emma Thompson.
Él decía que no había
desafíos a la hora de interpretar un buen papel. Eso era sencillo. Lo difícil y
el verdadero reto era interpretar un mal papel. Y que él no tuvo nunca ninguna
prisa. A la hora de elegir sus trabajos se hacía sólo tres preguntas: ¿Hay
alguien en el mundo que sea capaz de interpretar este papel mejor que yo? ¿Es
bueno este papel? ¿Me voy a divertir haciéndolo? Así de sencillo era su punto
de vista. Y parece ser que contestó correctamente a estas tres preguntas cuando
aceptó el papel que le granjeó fama y fortuna en Full Monty, después de intervenir en otras películas que también
empezaron a hacer de él un rostro reconocible en todo el mundo como Sentido y sensibilidad o Los demonios de la noche. Ese Gerald
arrogante, que se cree mejor que sus compañeros de striptease en la Inglaterra
más deprimida por la reconversión industrial y que se pone a bailar sin
vergüenza pero con inhibición en la cola del paro, vale por toda una carrera.
A partir de ese
momento, el nombre de Tom Wilkinson es sinónimo de calidad. Se revela en el
cine como un actor tremendamente seguro, con mucho peso, que siempre otorga un
sello de categoría a cualquier película en la que interviene. Y llega a ser
impresionante en algunas de sus actuaciones. Ocupa el lugar del atribulado
productor que, sin embargo, está carcomido por el veneno del teatro en Shakespeare in love, resulta implacable
en El patriota y es, sencillamente,
magistral en esa película mágica, arrebatadora y anímicamente arrasadora como
es En la habitación, realizando una
interpretación extraordinaria al lado de Sissy Spacek y que le proporciona una
nominación al Oscar que se quedó sin premio, pero que hubiera merecido sin
lugar a ninguna duda.
Interviene en La joven de la perla, dando cuerpo y
alma a la época de Rembrandt, y resulta divertidamente serio en Olvídate de mí. Encarna a un sacerdote
consumido por la culpa, por el remordimiento y por la asunción de una derrota
frente al mismísimo Diablo en la aceptable El
exorcismo de Emily Rose y Woody Allen le reclama para ser el punto más
fuerte de una débil película como es El
sueño de Casandra. A continuación, realiza una interpretación maravillosa
como ese abogado que es incapaz de plegarse a las reglas y elige a la locura
como única vía de escape en Michael
Clayton, de Tony Gilroy y su transformación física y actoral resulta
asombrosa en Rocknrolla. Secunda a
Tom Cruise en una conspiración para matar a Hitler en Valquiria, de Bryan Singer, que resulta fallida por los tremendos
problemas en su rodaje y nuevamente da pruebas de la enorme calidad como uno de
los contendientes encarnizados de Duplicity.
Trabaja con Roman Polanski en uno de los papeles secundarios, aunque decisivos,
en El escritor y es un creíble enlace
de control en la estupenda La deuda,
al lado de Helen Mirren.
Robert Redford le
requiere para uno de los múltiples personajes de La conspiración, de extenso reparto, sobre la trama urdida para
matar a Abraham Lincoln, y da otra lección de saber estar, con comedimiento,
mesura y contención en El exótico hotel
Marigold. De alguna manera, también da vida al gran Stefan Zweig en El gran hotel Budapest y, como no podía
ser menos, asume los rasgos del Presidente Lyndon Johnson en Selma. Quizá su última gran lección en
el cine fuera ese abogado listo y premeditadamente metódico en Negación, representando legalmente a
Rachel Weisz y haciendo que la película se eleve a alturas sorprendentes desde
el momento en el que aparece. A partir de ahí, tal vez sus elecciones no fueran
las mejores y se apagó ligeramente aunque, hay que señalar, que su trabajo para
televisión fue superlativo, un medio al que acudió con mucha frecuencia y en el
que hay que destacar su trabajo al lado de Nicole Kidman en el telefilm Normal, una película que aborda la
temática transexual muchos años antes de las reivindicaciones del colectivo.
Tom Wilkinson decía que actuar es fácil cuando se comparte escena con buenos actores. Con él, desde luego, debía ser muy fácil y ha sido, de alguna manera, el último representante de esa tradición de actores clásicos británicos que han llenado de clase y precisión cada papel que han desempeñado. Con toda seguridad, se le echará de menos porque, esta vez sí, decidió aceptar un último desafío. Ya podías haber rechazado este mal papel, aunque hay que reconocer que nadie en el mundo podía hacerlo como tú.
4 comentarios:
Muchas gracias, te sigo en twitter y ahora te veo aquí, con un tremendo actor. Gracias.
Gracias a ti.Bienvenido/a y viva el cine.
Maravilloso actor que nos ha acompañado en muchos buenos ratos de visión/ilusión. Temprana muerte, da igual cual fuera su edad. Vivo para siempre en la.magia del cine. Gracias por honrar asi a alguien especialmente querido.
Un actor que se merecería todos los premios del mundo. Muchas gracias por subrayarlo y un saludo.
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