viernes, 22 de mayo de 2020

DIEZ, LA MUJER PERFECTA (1979), de Blake Edwards


La crisis de los cuarenta suele golpear con cierta fuerza a los hombres. Llega un momento en que las estructuras del cerebro se dislocan y los pensamientos que pasan por allí van desde el aburrimiento hasta la certeza de que hay una vida esperando más allá de la puerta de entrada. No importa si el hombre en cuestión se dedica a componer música o a hacer punto de calceta. Lo que se quiere es salir de la rutina, sentir que se es capaz de despertar los sentidos de otras personas, si aún queda algo atractivo en ese físico cuarentón que, más que causar admiración, causa bastante vergüenza ajena. Puede que aún haya alguna conexión con la pareja habitual. Intelectual, de complicidad o cualquier otra. Pero algo se remueve dentro de ese cuerpo que está a punto de entrar en la segunda mitad de la vida y que ya casi no recuerda lo joven que fue. Incluso, de alguna manera, los hombres se comportan de un modo casi infantil para seguir siendo el centro de atención que se desplazó de satisfacción hace mucho, mucho tiempo.
Y, de repente, como cincelada de la misma mano del Supremo Hacedor, se cruza la mujer más hermosa que nunca se ha visto. Un once de una escala de diez. Y, con los cables del raciocinio bloqueados, no hay ningún problema en enterarse sobre su vida y seguirla hasta Méjico para ver si es posible echar una cana al aire, o sentirse, por una última vez, deseado. Por el camino del deseo siempre aparece la desidia y eso será un viaje iniciático que acabará con el descubrimiento de que, efectivamente, se está con la mujer de su vida, y que la mujer perfecta sólo es un espejismo que pasa de largo sin más consecuencias que una mirada al interior tratando de encontrar una causa para el nubarrón mental en el que uno puede hallarse.
It´s easy to say I love you, dice la canción que George Webber trata de componer. Y es un buen título, porque, sí, es muy fácil decir un te quiero, pero mantenerlo ya es otro cantar. George lo descubre a las teclas de un piano mientras saca todo el dolor que se agolpa dentro de él. Es fácil decir a alguien un te quiero susurrado. Lo difícil es sentirlo. Y George quiere sentir la magia de enamorarse de nuevo. No sabe que eso ya lo tiene en casa, esperando su regreso, esparciendo su magia para que él pueda notarla.
Blake Edwards lo hizo. Henry Mancini lo escuchó. Dudley Moore lo interpretó. Y así supimos que la perfección, a los cuarenta, no existe.

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