jueves, 21 de mayo de 2020

SLEEPERS (1996), de Barry Levinson


La venganza suele ser un plato que se come frío, pero, en esta ocasión, no es así. Es un plato rápido, muy poco meditado, que se devora porque se presenta la oportunidad aunque el rencor se haya incubado durante años. No es fácil de olvidar la vejación y la tortura psicológica, sobre todo, cuando aún se es un niño. Tal vez ese hombre, al fin y al cabo, merecía morir. Y quizás, también, los autores del crimen merecieran salir libres para ir en busca de su destino, que ya se ha ido retrasando demasiado. No importa nada. Cuando la pandilla de la infancia se resquebraja, las ilusiones ya no son las mismas y cada uno elige su camino. Con armas, con balas, con libros, con tranquilidad o con el nerviosismo propio de las calles. Es más el hecho de tranquilizar a la propia conciencia diciéndose, con la ley detrás, que el asesinato fue justo y la sentencia absolutoria aún lo fue más. Aunque se haya apoyado en mentiras. Aunque la infancia se haya ido definitivamente para no volver jamás.
Todo ocurre en La Cocina del Infierno, ese barrio infestado de irlandeses que ha sido el caldo de cultivo para que muchos jóvenes prefirieran deambular por las calles antes que ir al colegio. De todas formas, a los niños se les perdona todo. Luego está el error, lo que nunca debió pasar, la condena en un reformatorio, el maldito vigilante que se aprovecha y los traumatiza, la última noche, la decepcionante edad adulta, el crimen, el juicio, la mentira, un último momento de felicidad, un nuevo horizonte para algunos y el avistamiento del hoyo para otros. Es la vida, que se ha cebado bien en ellos y sólo les da un respiro, pero no la solución. Es la hora de utilizar a la justicia en beneficio propio, aunque sólo sea una vez.
No, no es una película redonda. Hay defectos que se le pueden encontrar aquí y allá. Desde la inexpresiva interpretación de Jason Patric hasta una sensación de pérdida de intensidad en algunos pasajes, pero no cabe duda de que Sleepers puede impresionar a cualquiera que se acerque a ver la historia de estos chicos que se encontraron con el infierno. A ello también ayuda mucho que, en papeles secundarios, se hallen actores como Vittorio Gassman, Dustin Hoffman, Kevin Bacon y, sobre todo y ante todo, Robert de Niro que da una auténtica y breve lección en esa escena en que la cámara queda fija sobre su rostro mientras escucha las barbaridades que les hicieron a esos chicos durmientes que nunca despertaron hacia la felicidad. Eso está al alcance de muy pocos actores. Ni siquiera el hoy seguro Brad Pitt da esa sensación cuando se le ve aquí. Tal vez, sea el momento de recuperar esta película y asegurarse del daño que se puede hacer cuando sólo atendemos a las más profundas y depravadas degeneraciones humanas.

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