La venganza suele ser
un plato que se come frío, pero, en esta ocasión, no es así. Es un plato
rápido, muy poco meditado, que se devora porque se presenta la oportunidad
aunque el rencor se haya incubado durante años. No es fácil de olvidar la vejación
y la tortura psicológica, sobre todo, cuando aún se es un niño. Tal vez ese
hombre, al fin y al cabo, merecía morir. Y quizás, también, los autores del
crimen merecieran salir libres para ir en busca de su destino, que ya se ha ido
retrasando demasiado. No importa nada. Cuando la pandilla de la infancia se
resquebraja, las ilusiones ya no son las mismas y cada uno elige su camino. Con
armas, con balas, con libros, con tranquilidad o con el nerviosismo propio de
las calles. Es más el hecho de tranquilizar a la propia conciencia diciéndose,
con la ley detrás, que el asesinato fue justo y la sentencia absolutoria aún lo
fue más. Aunque se haya apoyado en mentiras. Aunque la infancia se haya ido
definitivamente para no volver jamás.
Todo ocurre en La Cocina
del Infierno, ese barrio infestado de irlandeses que ha sido el caldo de
cultivo para que muchos jóvenes prefirieran deambular por las calles antes que
ir al colegio. De todas formas, a los niños se les perdona todo. Luego está el
error, lo que nunca debió pasar, la condena en un reformatorio, el maldito
vigilante que se aprovecha y los traumatiza, la última noche, la decepcionante
edad adulta, el crimen, el juicio, la mentira, un último momento de felicidad,
un nuevo horizonte para algunos y el avistamiento del hoyo para otros. Es la
vida, que se ha cebado bien en ellos y sólo les da un respiro, pero no la
solución. Es la hora de utilizar a la justicia en beneficio propio, aunque sólo
sea una vez.
No, no es una película
redonda. Hay defectos que se le pueden encontrar aquí y allá. Desde la
inexpresiva interpretación de Jason Patric hasta una sensación de pérdida de
intensidad en algunos pasajes, pero no cabe duda de que Sleepers puede impresionar a cualquiera que se acerque a ver la
historia de estos chicos que se encontraron con el infierno. A ello también
ayuda mucho que, en papeles secundarios, se hallen actores como Vittorio
Gassman, Dustin Hoffman, Kevin Bacon y, sobre todo y ante todo, Robert de Niro
que da una auténtica y breve lección en esa escena en que la cámara queda fija
sobre su rostro mientras escucha las barbaridades que les hicieron a esos
chicos durmientes que nunca despertaron hacia la felicidad. Eso está al alcance
de muy pocos actores. Ni siquiera el hoy seguro Brad Pitt da esa sensación
cuando se le ve aquí. Tal vez, sea el momento de recuperar esta película y
asegurarse del daño que se puede hacer cuando sólo atendemos a las más
profundas y depravadas degeneraciones humanas.
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