jueves, 7 de mayo de 2020

EL CUERVO (Contratado para matar) (1942), de Frank Tuttle


Suena el despertador y la muñeca deforme de Raven se estira para apagarlo. Para él, empieza un nuevo día después de, quizá, una noche en el fondo de una botella. Para otros, será el último de su vida. Siempre hay quien lo pasa peor. Lo cierto es que Raven es un asesino profesional y debe cumplir con el contrato. Sin hacer demasiadas preguntas y sin fallos. Fácil, rápido y silencioso. Sólo hay una cosa que puede salir mal y es que alguien intente jugársela y tratan de pillarle con una trampa para niños. Muy bien, el contrato no se ha cumplido, pero Raven va a hacer otro trabajito. Y esta vez, el contrato va a resolverse.
El destino, otro gran asesino profesional, no para de conspirar para que las cosas confluyan de una forma extraña y oscura. Por aquellas casualidades y caprichos del sino, los intereses de Raven son los mismos que los del contraespionaje americano y los de una chica que es puro encanto con su rostro, con su forma de ser y con sus mágicas manos llenas de ilusión. Los únicos que están en contra de Raven, además de sus clientes, son los policías. Y eso es un problema, hay que reconocerlo. Habrá que fingir, destrozar, esconderse, salir, moverse, reptar, trepar y, sí, también habrá que matar. Raven intenta no hacerlo, pero no tiene más remedio. En su interior, aún hierve la plancha con la que intentaron aplastarle la muñeca y, en sus ojos, habitualmente fríos, se observa la inquietud del miedo y del amargo recuerdo. Raven tendrá que correr si quiere acabar con esos malditos que quieren traicionar a su país y, de paso,  hacer negocios con lo más sucio del panorama mundial. Y, tal vez, por una vez, hará algo que, además de estar bien hecho, también sea correcto.
Esta película, basada en una novela de Graham Greene, supuso el descubrimiento de Alan Ladd y Veronica Lake para el cine. Con un personaje atormentado y ciertamente retorcido, Ladd consiguió conquistar a una gran parte del público que vio en ese rostro de niño algo irremediablemente atractivo y sugerente. En el tercer puesto del reparto, Robert Preston, siempre seguro y sólido, tratando de hacer creíble un amor y una persecución. Por detrás, un buen puñado de profesionales que, más tarde, fueron confinados a las listas negras como el director Frank Tuttle y los guionistas Albert Maltz y W.R. Burnett y, a pesar de su corta duración, la película se construye con cuidado, con un cierto aire minimalista en el ambiente, con el presentimiento de que, de alguna manera, esta película es un poco más negra que las demás porque, al fin y al cabo, el alma oscura de Raven llega a sobrecoger a cualquiera.

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