Etienne Alexis es un
lechuguino que cree que el futuro del hombre se halla en la inseminación
artificial. Su nombre es tan respetado, tan reverenciado que suena su
candidatura como futuro Presidente de Europa. Así, sin despeinarse. Y el viento
le va a despeinar pero bien. Todo comienza con un almuerzo en la hierba, para,
de alguna manera, oficializar su compromiso con Marie-Charlotte, una prima
bella, fría, distante y muy alemana. Por arte de flauta, el viento aparece y la
comida se dispersa. Unos tratan de meterse en un coche, otros de ponerse a
salvo, algunos intentan mantener la dieta con el aire…pero el Profesor Alexis
va a encontrar lo que no esperaba y no es ni más ni menos que la certeza de que
lo de la inseminación artificial suprimiendo otros aditamentos más bien
molestos como la pasión, es una tontería. La pasión existe. Vaya si existe. Se
puede hallar incluso detrás de un matorral. No hay nada mejor que perderse en
la hierba y comer. Vale, es un comentario pornográfico, pero es que realmente
no hay nada mejor. Que se lo digan a este tieso profesor de ademanes tan finos
que resultan realmente amanerados.
Por allí, detrás de las
cámaras, y participando del viento, se halla un tal Jean Renoir, que fotografía
con auténtico amor de pintor la campiña francesa. No sólo eso. Su película es
toda una celebración del ambiente rural, en el que un cordero sabe a gloria
porque se hace en un horno de leña y no en esa comida en la hierba de sillas
que se caen tontamente o mesitas frágiles de paté y tostadas. Renoir, con la
colaboración del gran Paul Meurisse en el papel del Profesor Alexis, realiza
toda una screwball comedie, con acento en la última sílaba,
con situaciones divertidas, extravagantes y maravillosas para poner de
manifiesto que unos meros sirvientes pueden hablar, sin lugar a dudas, de la
partenogénesis; que una chica humilde, con la inocencia, la sonrisa y la
perseverancia, puede tener un nombre indicado para ser lo más alto de Europa;
que correr detrás de la mujer de tus sueños es, también, una búsqueda dulce y
que, a lo mejor, en algunas ocasiones, hay que dejar a la ciencia a un lado y
hacer caso del corazón. El resultado es una deliciosa comida en la hierba, con
la inteligencia puesta en lo que se hace, sin dejar caer la sonrisa, con los
colores propios del impresionismo pictórico y el humor de un tipo que sabía que
entre una cosa y otra, cualquiera que sea, siempre hay un término medio que
suele ser determinado por los sentimientos. Renoir nos deja con hambre y, al
mismo tiempo, tremendamente satisfechos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario