miércoles, 13 de mayo de 2020

LA COMIDA EN LA HIERBA (1959), de Jean Renoir


Etienne Alexis es un lechuguino que cree que el futuro del hombre se halla en la inseminación artificial. Su nombre es tan respetado, tan reverenciado que suena su candidatura como futuro Presidente de Europa. Así, sin despeinarse. Y el viento le va a despeinar pero bien. Todo comienza con un almuerzo en la hierba, para, de alguna manera, oficializar su compromiso con Marie-Charlotte, una prima bella, fría, distante y muy alemana. Por arte de flauta, el viento aparece y la comida se dispersa. Unos tratan de meterse en un coche, otros de ponerse a salvo, algunos intentan mantener la dieta con el aire…pero el Profesor Alexis va a encontrar lo que no esperaba y no es ni más ni menos que la certeza de que lo de la inseminación artificial suprimiendo otros aditamentos más bien molestos como la pasión, es una tontería. La pasión existe. Vaya si existe. Se puede hallar incluso detrás de un matorral. No hay nada mejor que perderse en la hierba y comer. Vale, es un comentario pornográfico, pero es que realmente no hay nada mejor. Que se lo digan a este tieso profesor de ademanes tan finos que resultan realmente amanerados.
Por allí, detrás de las cámaras, y participando del viento, se halla un tal Jean Renoir, que fotografía con auténtico amor de pintor la campiña francesa. No sólo eso. Su película es toda una celebración del ambiente rural, en el que un cordero sabe a gloria porque se hace en un horno de leña y no en esa comida en la hierba de sillas que se caen tontamente o mesitas frágiles de paté y tostadas. Renoir, con la colaboración del gran Paul Meurisse en el papel del Profesor Alexis, realiza toda una screwball comedie, con acento en la última sílaba, con situaciones divertidas, extravagantes y maravillosas para poner de manifiesto que unos meros sirvientes pueden hablar, sin lugar a dudas, de la partenogénesis; que una chica humilde, con la inocencia, la sonrisa y la perseverancia, puede tener un nombre indicado para ser lo más alto de Europa; que correr detrás de la mujer de tus sueños es, también, una búsqueda dulce y que, a lo mejor, en algunas ocasiones, hay que dejar a la ciencia a un lado y hacer caso del corazón. El resultado es una deliciosa comida en la hierba, con la inteligencia puesta en lo que se hace, sin dejar caer la sonrisa, con los colores propios del impresionismo pictórico y el humor de un tipo que sabía que entre una cosa y otra, cualquiera que sea, siempre hay un término medio que suele ser determinado por los sentimientos. Renoir nos deja con hambre y, al mismo tiempo, tremendamente satisfechos.

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