martes, 5 de mayo de 2020

PREMONICIÓN (2000), de Sam Raimi


Poseer un don, en muchas ocasiones, puede ser una auténtica tortura. Más aún si se trata de ver más allá dentro de un entorno de infelicidad, de depresión, de pura desgracia. No se disfruta viendo las miserias de los demás que, en un vano intento de obtener esperanza, acuden a una vidente para que haya consuelo, un pequeño resquicio de que se va a salir de cualquier situación, o, incluso, para que se encuentre a una chica desaparecida y al responsable de lo que le haya podido ocurrir.
El sufrimiento se instala dentro de esa vidente que tiene una cualidad que los demás no pueden ver mucho más allá de ese supuesto don que posee que, para muchos, es un fraude. Ella sólo ve, no puede ofrecer soluciones. No es capaz de soportar que una mujer sea brutalmente maltratada por su marido. Se siente abrumadoramente impotente para ayudar a un hombre que ha perdido el equilibrio y sólo persigue los fantasmas que habitan en su interior. Y ella, a pesar de todo ello, sufre en silencio y sólo quiere ayudar. Por mucho que cobre en especies por esas consultas en las que echa las cartas y dice la palabra adecuada. Y sufre aún más porque está sola, porque no tiene a nadie a quien acudir, porque sólo quiere cuidar de sus tres hijos después de que su marido falleciera en un desgraciado accidente. Nadie la defiende, a pesar de que vayan a ella tratando de encontrar una salida que, en muchas ocasiones, no existe. Y el crimen, de alguna manera, se esconde tras la puerta más próxima.
Sam Raimi dirigió esta película con guión de Billy Bob Thornton y con una Cate Blanchett que, con su rostro, traspasa la agonía de una mujer que ve lo que nadie quiere ver. A su lado, un espléndido reparto de secundarios que incluye a Keanu Reeves, Greg Kinnear, Hillary Swank, Katie Holmes y J.K. Simmons. Y, de alguna manera, parece que esas visiones de una mujer que nunca pidió poseer el don de la premonición, se desarrollan en un entorno de lánguido padecer, con árboles que parecen cerrar el paso del pensamiento, pantanos que esconden secretos y futuros, incomprensiones que rozan la acusación y el señalamiento. Más que nada porque nadie es lo que parece y todo el mundo tiene algo que ocultar y eso hace que el miedo se instale en todos aquellos que son vistos por unos ojos que atraviesan la realidad y se sitúan en un lugar reservado a la clandestinidad.

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