miércoles, 27 de mayo de 2020

LAS COSAS CAMBIAN (1988), de David Mamet


¿Un zapatero como jefe de un clan mafioso? Vamos, hombre. A bromear al lago. Habrá que ponerle una niñera. Y nadie como ese tipo que metió la pata hasta el hombro la última vez… ¿cómo se llama? Jerry no sé qué…Así comprobamos si es un tío de ley o merece dormir con los peces. Sin embargo, querida familia, hay que guardarse mucho de la sabiduría de los simples. El zapatero y Jerry, la verdad, son caracteres totalmente opuestos y, no obstante, van a congeniar. Por mucho que el matón acabe por volverse loco. Y la verdad es que el zapatero del demonio tiene recursos para aburrir. Consigue desenvolverse y engañar a todo el mundo. Hasta sabe sacar brillo a los zapatos… ¿Habráse visto? Un tipo que sabe hacer su trabajo. Un animal en peligro de extinción. No sé dónde iremos a parar. No sabemos si con esos zapatos que él limpia va a dar una lección de honestidad o de diablos en la chaqueta. Es imprevisible. Menos mal que Jerry está ahí para vigilarle. Los demás, que se calen bien los sombreros o se escondan tras los periódicos. El zapatero puede reconocerlos si vienen mal dadas y este fulano no va a volver a sus zapatos después de estos tres días en los que tiene que suplantar al gran jefe. Jerry, cuidado. Te juegas tu futuro en la familia.
Lo más chocante de todo es que el maldito zapatero no quería pegarse la vida padre durante tres, dos o un día. Le daba exactamente igual. Él era feliz con sus zapatos, con su rutina hundida en la sencillez. Nada de trajes caros, automóviles impresionantes, comida a mansalva y chicas a discreción. Sólo sus zapatos. Tal vez su conciencia es tan alta que, desde el principio, sabía que algo iba a ir mal. Ah, pero nadie puede rehusar una invitación de la familia. El que la rechaza, pierde. Y menos mal que el tipo se avino a hacer el teatro. Y todo esto podrá tener la pinta de una comedia de enredo y equívocos, pero, en realidad, es un drama bastante oscuro, un estudio de la condición humana, de la amistad y de la traición. Todo ello envuelto en una sonrisa, claro. Lo último que hay que perder es el sentido del humor ¿verdad?
Lo mejor de todo es que para llevar a cabo todo el engaño están Don Ameche y Joe Mantegna y, detrás de las cámaras, un señor que suele saber lo que hace y que responde al nombre de David Mamet. Y es difícil que no guste. Más que nada porque las cosas pueden cambiar en un momento determinado, pero en el fondo, no cambian nunca.

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