Sundance es todo
acción. Butch es todo ideas. Y así nacen las grandes parejas. Tan grande fue
ésta que nunca dejaron de correr. No importaba la dirección porque, quizá más
que nunca, lo que importaba era el viaje y no el destino. Por el camino,
conocieron a Etta y ya estuvieron los tres dando saltos de aquí para allá, a
caballo o en bicicleta. Y siguiendo las reglas. ¿Cuáles son las reglas? Contar
hasta tres y salir. Bancos, trenes, comercios, lo que se ponga por delante.
Butch y Sundance tienen que saltar al vacío cada dos por tres y lo peor de todo
es que no se dan cuenta, salvo en una ocasión, que deciden hacerlo juntos y sin
saber nadar muy bien. La saludable anarquía de unos tipos que vinieron al Oeste
para disfrutar de él y se movieron de un lado a otro sin pensar demasiado en
las consecuencias. Tal vez por eso se les acabó el mundo. Tal vez por eso Etta
no quiso ver cómo acababan. La foto fija se quedó ahí, escupiendo fuego y
disparando balas cuando todo estaba perdido y con el limitado consuelo de
querer correr una vez más hacia ninguna parte. No quieres que encuentren su
final, pero ha de ser así. La sonrisa de la amargura no se cae en ningún
momento. Son tiernos, adorables, granujas, sinceros, mentirosos,
irresponsables, infantiles, aventureros, únicos. Dos hombres que no dejan de
buscar y lo malo es que nunca encuentran.
Las gotas de lluvia
golpean sobre mi cabeza mientras cavilo e intento cruzar mi mirada con la de
Paul Newman. No puedo imaginar nada mejor. Nada que me haga sentir tan bien. Sé
que es un fuera de la ley y que su Butch Cassidy era una tormenta de ideas sin
demasiado orden, pero tengo que enamorarme de él para comprender lo grande que
puede llegar a ser un actor y cuánto me ha hecho disfrutar en el cine.
Las gotas de lluvia
golpean de nuevo mientras bajo la mirada y no puedo cruzarla con la de Robert
Redford. No sólo porque está insultantemente atractivo aquí, sino porque sé que
ahí, en esos ojos, en ese gesto y en esa parte de sombra que también posee su
Sundance Kid, se halla el cine. Sé que es un fuera de la ley, pero no me lo
pensaría dos veces si tuviera que subirme a las grupas de un caballo y cabalgar
con estos dos individuos. Quizá vuelvo a esta película porque así también
recuerdo mis años jóvenes y cómo quise respirar el aire de libertad que, con
las miradas, con los gestos y las sonrisas de Redford y Newman, tanto me
inspiraban para tener un punto de locura y otro de sensatez. Quizá esta
película sea dos hombres y muchos destinos porque también leía en los de los
demás. Y siempre volvemos a caer en la trampa de estos dos cuatreros porque, al
fin y al cabo, son leyenda, nos cuentan una leyenda y nos hacen sentir leyenda.
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