Mumford es una pequeña
localidad, ni mejor, ni peor que muchas otras. Tiene su iglesia, su escuela, su
restaurante, su gente…Sí, esa gente que vive, trabaja, ansía y llora. También
ríe, pero, como todos los humanos de este mundo, tiene problemas. Y no hay nada
que llame más la atención que un psiquiatra que se llama igual que el pueblo.
El chico es guapo y como que sabe escuchar muy bien los problemas de los demás.
Asiente, hace la pregunta indicada, es oportuno y es inteligente. No se puede
pedir más por el precio de una consulta. Todos los habitantes de Mumford pasan
por Mumford. Y se sienten mejor cada vez que van. Dicen sus frustraciones,
cuentan sus proyectos imposibles, alivian su soledad galopante, desahogan sus
fracasos…como cualquier otro lugar. Sin embargo, nada es lo que parece. Dentro
de esa comprensión, hay algo oculto que cualquier desaprensivo trata de
destapar. Siempre pasa lo mismo. Cuando hay alguien que tiene éxito, lo más
fácil es tirarlo hacia abajo. Sin contar con el daño que hace a todos los que
dependen de esa persona. Todos están reconstruyendo su confianza, están
cimentando la solidez de su personalidad y, de repente, una noticia, un abogado
insidioso porque no le hacen casito, la competencia…Sí, sí, sí, lo que todos
sufrimos. Mumford no se va a poder librar de los propios habitantes de Mumford.
Y detrás hay una historia irresistible de perdición y espejos. Habrá que bucear
un poco. O contarle alguna cuita para sentir que se comparte algo con alguien.
No es nada fácil.
Deliciosa película,
llena de elegancia, de sonrisas, de verdad, que Lawrence Kasdan pone en juego
con un actor habitualmente desaprovechado como es Loren Dean y que pone a su
alrededor todo un universo de personajes que desean ver sus sueños hechos
realidad, que arrastran pesadas cargas de culpa, de complejos, de ñoñería. La
coqueta. El tipo gordo que se cree musculoso y quiere convertir su vida en una
novela negra con chicas despampanantes insinuándose. La chica que huye del
compromiso. El chico que no tiene amistades y comienza a sentir que ese
psiquiatra es su amigo. Todos estamos reflejados, de una u otra forma, en esos
enfermos que acuden al médico con una esperanza que no existe y muchas ganas de
hablar. Y, a veces, aunque no nos demos cuenta, basta con un asentimiento en el
momento adecuado, una afirmación que reafirme, una pregunta básica que nadie ha
hecho hasta ese instante, una expresión amable. El mundo, desde luego, sería un
lugar muy diferente si todos fuéramos con la cara relajada y a punto para sonreír.
Y Mumford es un buen sitio para ello. Y Mumford es un buen tipo para ello.
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