viernes, 8 de mayo de 2020

EL DRAGÓN ROJO (2002), de Brett Ratner


Will Graham es un buen tipo. Debo reconocer que es más inteligente de lo que parece con su cara de niño. Me cogió porque tuvo suerte, pero demostró que tenía seso antes de que pudiera comérmelos. Es una pena. Ahora estoy aquí, en una celda. Acabo de escribirle una carta mandándole recuerdos y espero la visita de una novata del F.B.I. que quiere verme. Probablemente enviada por ese inútil que es Jack Crawford. Puede que llegue a ser interesante y me distraiga de la mediocridad que me produce el infausto doctor Chilton. El caso es que Will ha cogido al Duende Dientudo. Bastó con que le diera un par de pistas para que estuviera sobre él como un águila. Lástima que la jugada no me ha salido del todo bien porque yo esperaba que el Duende Dientudo consumara mi venganza contra el bueno de Will. Debería haber previsto que los que son deformes son inconstantes y de poca confianza. Tal vez tendría que haberle hecho tragarse su propia lengua de iluminado. El tipo creía que se estaba convirtiendo en un dragón. Hay locos en este mundo.
A mí, mientras tanto, me tienen en este hospital psiquiátrico especializado en asesinos en serie. No se está tan mal. Incluso me dejan pasear encadenado media hora a la semana. Yo sé que la clave está en la transformación y que sólo quien no ve al asesino está seguro. El Duende Dientudo también lo sabe, pero aún no se ha dado cuenta. Tiene miedo de sí mismo porque, hasta que no se convierta en dragón, no sabe hasta dónde puede llegar, pero sí hasta dónde puede sufrir. Cometerá errores. En este mundo, además de locos, hay demasiados chapuceros y ese tipo de la deformidad, probablemente en la cara, es uno de ellos. Lástima, porque prometía. Tanto complejo reprimido acaba por desembocar en rabia y perfección. No hay nada como un buen plato exquisitamente cocinado para desahogar tanta represión. Lo sé muy bien.
Mi mirada es fría, mi gesto es de cobra, mi movimiento es suave y amenazador y Will Graham no parece quedar impresionado, aunque está claro que sí tiene miedo. No me extraña, teniendo en cuenta que le ataqué cuando menos lo esperaba. Sin embargo, ha cogido al chico ése que se parece sospechosamente a Ralph Fiennes. Los locos siempre nos parecemos a alguien. Dicen que yo soy como ese británico…Anthony Hopkins. Puede ser. No es mal actor. Seguro que sus mejillas podrían tomarse como aperitivo con un buen pernod. Lo cierto es que esta vez estoy por debajo de mis posibilidades, pero dejen entrar a esa chica del F.B.I. Estoy seguro de que ahí voy a dar mi auténtica talla… ¿Cómo se llama? Ah, sí, Clarice Starling…me lo ha dicho el encantador doctor Chilton.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo puedo decir que me ha encantado, bravo.

César Bardés dijo...

Gracias por tus palabras. Así se anima a seguir escribiendo. Un saludo.