A mediados de los
ochenta, se estableció una rivalidad algo fuera de lugar entre dos jóvenes
directores de la época. Uno era Adrian Lyne, que había roto todas las
expectativas con películas como Nueve
semanas y media o Flashdance y,
sobre todo, ese inflado y palomitero éxito llamado Atracción fatal. El otro, era Alan Parker. Mucho más sobrio en sus
convicciones, invitando de forma atractiva a la oscuridad para que el
espectador se instalase en medio de los lados más luminosos y más turbios de la
condición humana, Parker era notoriamente mejor y, curiosamente, menos
reconocido que su compañero de generación.
Procedente del mundo
comercial, Parker quiso pasar de los anuncios a los largometrajes a través de
una visión, no del todo entonada, del mundo de los gángsters bajo la visión
infantil en Bugsy Malone, con Scott
Baio y una Jodie Foster recién salida de Taxi
Driver. A pesar de las buenas intenciones, no fue una buena película,
demasiado caída hacia el juego, con ametralladoras de las que salían tortas de
nata en un un entorno inusitadamente realista, sin demasiada historia y
deteniéndose más en lo pintoresco de la propuesta que en la misma narración.
Sin embargo, fue un título que dio a conocer a Alan Parker y, dos años después,
con un guión de Oliver Stone, con el que mantuvo notables diferencias a lo
largo de toda su carrera, Parker realiza uno de los mayores éxitos de taquilla
de los años setenta con El expreso de
medianoche, la historia de un joven encarcelado en una prisión turca por
posesión de drogas y que paga más de la cuenta en la factura, se convierte en
la descripción de un mundo de pesadilla, casi irreal, con monstruos con
uniforme de policía, cadáveres andantes que dan lecciones de sabiduría y unas
incontrovertibles ansias de libertad en medio de la, ya muy pasada de moda,
banda sonora de Giorgio Moroder. La película se mantuvo en Madrid en cartel
durante tres años completos en el mismo cine y fue un título señero para el
público juvenil de la época.
Con el éxito a cuestas
y, buen conocedor del ritmo musical, Parker se embarca en la realización de Fama, un retrato de una escuela de artes
interpretativas en pleno corazón de Nueva York a través de sus alumnos.
Perjudicada porque se estrenó tres meses después de All that jazz, de Bob Fosse, con la que salía perdiendo en todas
las comparaciones, tuvo sus grandes bazas en las canciones compuestas por
Michael y Christopher Gore y en ese espíritu rebelde de esos jóvenes que tratan
de cambiar el mundo cuando están aprendiendo a sacar la cabeza en el siempre
difícil mundo de los escenarios. Dio lugar a una serie, de obligada visión en
aquellos años ochenta, mucho más famosa que la propia película. Algo, por otra
parte, bastante injusto.
Rebaja el registro con
un drama extraordinario y muy poco conocido, Después del amor, con Albert Finney y Diane Keaton realizando unas
delicadas interpretaciones y poniendo en juego todo un muestrario de
sentimientos y de reacciones humanas que resultan abrumadoramente cercanas y
comprensibles. Una película que ha quedado lastimosamente olvidada y que nos
descubre a un Alan Parker lleno de sensibilidad y buen gusto.
Con el riesgo por
bandera, realiza El muro, con Bob
Geldof dando sueño y alucinación a ese cantante que, dentro de una habitación
de hotel, confunde la pesadilla y la realidad en forma de unos sorprendentes
dibujos animados mientras, de fondo, suena el afamado álbum de Pink Floyd del
mismo título. Atípica, perpleja, absolutamente profunda en algunos de sus
mensajes, quizá sea el mejor videoclip jamás filmado, con sus dos horas de
metraje y la seguridad de que, a cada fotograma, uno se va adentrando en el
abismo de la personalidad de un hombre que, en el fondo, no es más que un niño
aterrorizado por sus propios miedos.
Cambió de registro
totalmente con una historia totalmente diferente. Birdy, con Nicolas Cage y Matthew Modine y con una excelente banda
sonora de Peter Gabriel, nos pone en juego la historia de una obsesión derivada
de un trauma de guerra que se va transformando, de forma sutil y emocionante,
en una trama sobre la amistad y hasta dónde se puede llegar con tal de arrancar
a alguien a quien se quiere de ese ensimismamiento de rama de árbol en el que
está sumergido. Una excelente película, también muy poco reconocida, que ya
confirma, de manera definitiva, la habilidad de un director que era capaz de
tocar cualquier género y hacerlo bien.
Sorprende tres años
después con una historia que se mueve entre el cine negro y el de terror
oscurantista. El corazón del ángel,
con Mickey Rourke y Robert de Niro, es el descenso a los infiernos de un
detective que, con tal de sobrevivir, llegó a vender su alma al diablo.
Sudorosa y agobiante, con un ambiente insuperable que se mueve entre Nueva York
y los suburbios de Nueva Orleans, Parker consigue una película misteriosa, con
elementos de calidad impresionantes, sin dejar de lado ese tono pesadillesco
que domina algunos de sus títulos. Un fantástico viaje a la oscuridad total.
Al año siguiente,
realiza la que es, posiblemente, la mejor película de toda su carrera. Arde Mississippi, con Gene Hackman y
Willem Dafoe, pone sobre el tablero
el racismo violento y explícito del sur de los Estados Unidos, pero, a la vez,
también ese racismo aprendido como algo normal, como un aditivo más en el
rutinario crecimiento de cualquiera que se haya criado en el estado más racista
de América. Hackman realiza toda una creación como el agente del FBI Rupert
Anderson, natural de uno de esos lugares, que conoce cómo se forma el odio y
cómo hay que combatirlo porque, tal vez, no hay otra manera que usar el terror
como arma.
Obtiene un sonoro
fracaso con Bienvenidos al paraíso,
con Dennis Quaid en el papel principal, una denuncia en toda regla sobre los
japoneses internados en campo de concentración en los Estados Unidos al
estallar la Segunda Guerra Mundial. No consigue ni atrapar, ni convencer, pero
se resarce yéndose a rodar a Irlanda ese maravilloso musical de grupo que es The Commitments, la historia de un grupo
que se deshace antes de triunfar porque la vanidad, mal que nos pese, habita en
todos los seres humanos. Incluso en aquellos que han perdido la conciencia de
dónde vienen y quiénes fueron.
No deja de ser
divertida una película como El balneario
de Battle Creek, una comedia con toques de loca, sobre el doctor Kellog,
inventor de los célebres cereales, que creyó que la solución para cualquier mal
estribaba en una sana y regeneradora lavativa. Sin llegar a ser una gran
película, la película tiene momentos de buena comedia de situación, con un
Anthony Hopkins en un registro muy poco usual, acompañado de Matthew Broderick
y unas esplendorosas Bridget Fonda y Lara Flynn Boyle.
Después de haber pasado
por las manos de Oliver Stone, llega hasta él la posibilidad de hacer Evita, con un reparto que incluía a
Madonna, Antonio Banderas y Jonathan Pryce. La primera reacción de Parker fue
desechar todo lo que Stone había escrito antes con una arriesgada decisión como
fue la de quitar el personaje del Che, quizá el más atractivo de la obra
original de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice, y sustituirlo por un narrador que
va asumiendo distintas personalidades. Luego, hubo un cierto acercamiento a
Stone y recuperó algunas cosas después de hablar con él, a la vez que firmaron
una aceptable cordialidad entre ambos. El resultado fue un espléndido musical,
que dinamizaba con imaginación la puesta en escena teatral, con escenas
realmente impresionantes y con un Antonio Banderas realmente grande, aunque
éste sea un adjetivo que, por lo general, le suele venir también bastante holgado.
Las
cenizas de Ángela fue la adaptación de un best-seller de moda que, quizá, tuvo más
éxito por venir del material en que se basaba que por la película en sí misma.
Tanto la crítica como el público salían demasiado dubitativos como para emitir
un veredicto claro sobre ella. El fracaso de su siguiente película, La vida de David Gale, bastante
inmerecido, con un Kevin Spacey gigantesco, enterró la posibilidad de que Alan
Parker volviera a ponerse detrás de las cámaras durante los últimos diecisiete
años.
Se nos ha ido un
director de mucha clase. Algunas de sus películas quizá han envejecido con
dificultad, pero aún se conservan bien un puñado de ellas que hacen que nos
demos cuenta del maravilloso trabajo que hizo detrás de las cámaras. Con
agilidad, con fuerza, con decisión, sin titubeos, con la fuerza del corazón de
un ángel, con la convicción de que un territorio puede arder con el fuego del
odio más enraizado. Toda una generación creció con él, con su fama y sus mitos,
con sus obsesiones expuestas, con todo un mundo de sensaciones y sueños de
pesadilla que, a menudo, quisimos que no terminara nunca.
2 comentarios:
Si señor, Alan Parker es mucho más que Adian Lyne, por supuesto, y es el creador de algunas películas realmente muy notables. Efectivamente, "El expreso de medianoche" fue un gran boom, yo creo que ha envejecido mal, pero en su momento sonó espectacular aunque a mi no me apasionó nunca. Si lo hizo y me gusta que lo destaques "Birdy" que me parece muy injustamente olvidada y yo creo que tiene mucha más enjundia de lo que parece, incluyendo que Nicholas Cage está muy por encima de la media de lo que ha ofrecido a lo largo de su carrera y Mathew modine siempre me ha parecido un buen actor que nunca consiguió despegar del todo.
Por supuesto "Arde Misissipy" me parece lo mejor de su filmografia. "The wall" es todo un espectáculo visual-musical (tan largo que apabulla y aburre a veces) y "La vida de David Gale" es también muy interesante aunque yo creo que algo falta de ritmo.
En todo caso era un gran director, otra triste baja en estos tiempos terribles.
Abrazos desfilando con martillos dibujados
A mí me ha parecido siempre un excelente director (me alegré muchísimo cuando supe que "Evita" la iba a dirigir él y no Oliver Stone) si bien es verdad que algunas de sus películas, pasado el periodo de apogeo, se quedan peligrosamente antiguas. Ahora hay una especie de rescate muy "friki" alrededor de "El expreso de medianoche" y yo también creo que ha envejecido mal aunque reconozco que tiene sus virtudes (en especial, la esplendorosa interpretación de John Hurt). "Birdy" es víctima de un olvido muy injusto. Es una película estupenda, con una mirada hacia la amistad más que profunda.
"Arde Mississipi" me parece su gran película (por supuesto, hay modernos que dicen que no es tan buena. Me pregunto cuántas interpretaciones habrán visto tan buenas o mejores que la de Hackman y, en general, de todo el reparto) y también estoy de acuerdo con tu apreciación por "La vida de David Gale". Es buena, pero le falta algo, aunque yo no sé apreciar muy bien el qué.
Fue un director que, para mí, fue señero en tiempos de juventud. Y todo un autor.
Abrazos desde el borde de la cama.
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